Desesperanza
Desesperanza
La desesperanza es mucho más que un simple sentimiento de abatimiento, tristeza o desánimo. Es un estado emocional profundo en el que se pierde toda expectativa de mejora o cambio, donde todo parece estancado y el futuro se percibe como una continuidad del sufrimiento presente. Nos sentimos atrapados en una realidad en la que creemos que las circunstancias adversas son permanentes e inamovibles, y que no contamos con los recursos para hacer algo al respecto.
Este estado emocional no solo nos hace sentir mal, sino que puede llevarnos a retirarnos progresivamente de las actividades que alguna vez disfrutábamos, a aumentar nuestra frustración, a distanciarnos de las personas cercanas, e incluso a experimentar un profundo sentido de inutilidad, en el que todos nuestros esfuerzos y sacrificios parecen carecer de sentido.
Con el paso del tiempo, la sensación de impotencia que acompaña a la desesperanza puede minar nuestra motivación para intentar cambiar nuestra situación, sumiéndonos en un ciclo de inactividad y sufrimiento. Este ciclo puede resultar particularmente difícil de romper, ya que cuanto más tiempo pasamos sin actuar, más reforzamos la creencia de que nuestras acciones son inútiles y de que estamos destinados a vivir una vida de dolor y frustración.
Cuando estamos inmersos en la desesperanza, puede parecer que no hay ninguna salida, que no existe solución alguna para nuestros problemas. El dolor emocional que sentimos es, sin duda, muy real y nos envuelve en una especie de nube de pesimismo que distorsiona nuestra percepción del mundo. Sin embargo, aunque a veces parece que no hay escapatoria, es crucial recordar que la desesperanza es solo un estado emocional y no una verdad absoluta.
Existen formas de entender, abordar y trabajar este sentimiento para que podamos recuperar el control de nuestras vidas y aprender a avanzar, incluso cuando todo parece estar en contra de nosotros.
Uno de los enfoques terapéuticos más eficaces para lidiar con la desesperanza es el ofrecido por las Terapias Contextuales. A diferencia de otras modalidades que buscan cambiar directamente nuestros pensamientos o emociones, estas terapias no intentan que “controlemos, ignoremos, arreglemos o eliminemos” lo que sentimos o pensamos. En lugar de esto, nos enseñan a **transformar la relación que tenemos con nuestros pensamientos y emociones**. Nos invitan a aceptarlos tal como son, a validarlos desde la perspectiva de nuestros valores personales, y a seguir tomando decisiones basadas en lo que realmente es importante para nosotros, en lugar de permitir que el malestar controle nuestra vida.
Estas terapias nos ofrecen una serie de procesos de aprendizaje diseñados para que podamos seguir avanzando, incluso cuando sentimos que la desesperanza está presente. La idea central de este enfoque es que el dolor emocional es una parte inevitable de la vida humana, y que el sufrimiento muchas veces surge cuando intentamos luchar contra estas emociones, en lugar de aceptarlas o de actuar en congruencia con nuestros valores fundamentales.
Este enfoque es innovador porque no nos prescribe soluciones mágicas ni nos dice exactamente qué debemos hacer para eliminar la desesperanza. En lugar de ello, nos ayuda a modificar la forma en que respondemos a nuestros pensamientos y emociones. En vez de luchar contra ellos o permitir que nos derroten, aprendemos a aceptarlos, a redescubrir el sentido de nuestras vidas, a reconectar con nuestros verdaderos objetivos, y a seguir adelante.
El objetivo principal de las terapias contextuales es el desarrollo de lo que se denomina **flexibilidad psicológica**, que no es otra cosa que la capacidad de actuar de acuerdo con nuestros valores a pesar del malestar emocional que podamos experimentar.
Para ilustrar cómo funciona este enfoque, imaginemos que estamos tratando de abrir una puerta que parece atascada. Empujamos con todas nuestras fuerzas, pero la puerta no cede. La desesperanza es como esa puerta: cuanto más intentamos abrirla, más atrapados nos sentimos. Las terapias contextuales nos enseñan a dejar de empujar, a aceptar que la puerta está cerrada en ese momento, y a buscar otras formas de avanzar, como encontrar una ventana o una llave. Al cambiar nuestra perspectiva y enfoque, podemos empezar a tomar acciones que estén alineadas con lo que realmente valoramos, aunque la puerta (es decir, la desesperanza) continúe allí.
Por ejemplo, en lugar de intentar eliminar los pensamientos negativos que acompañan a la desesperanza, como “nada va a mejorar” o “soy un fracaso”, se trata de aprender a ver esos pensamientos por lo que realmente son: simples pensamientos, simples palabras, simples construcciones de nuestro lenguaje interno. No son verdades absolutas, sino que son expresiones pasajeras de nuestra mente que no tienen que dictar nuestras acciones o definir nuestra identidad. Esta nueva relación con nuestros pensamientos y emociones nos permite quitarles poder, para que podamos tomar decisiones más coherentes con lo que valoramos en la vida.
Si, por ejemplo, valoramos profundamente la conexión con los demás, pero la desesperanza nos ha llevado a aislarnos, el proceso psicoterapéutico nos ayudará a identificar esos valores y a tomar acciones concretas y progresivas alineadas con ellos. Esto puede significar algo tan simple como hacer una llamada telefónica a un amigo o participar en pequeñas actividades sociales, aunque no sintamos el deseo de hacerlo o aunque nos sintamos emocionalmente agotados.
A través de la intervención psicológica que nos proponen las Terapias Contextuales, podemos aprender a observar nuestros pensamientos y emociones sin dejarnos arrastrar por ellos. En lugar de identificarnos plenamente con pensamientos de desesperanza, aprendemos a verlos como simples eventos mentales, como fenómenos pasajeros que no definen quiénes somos. Aprendemos que nuestros pensamientos no son más que eso: pensamientos. No tienen el poder de dictar nuestra vida a menos que se lo demos.
Por ejemplo, si un pensamiento recurrente es "soy un fracaso", en lugar de intentar suprimirlo o discutirlo, aprenderemos a verlo como una simple frase que surge en nuestra mente. Podemos, incluso, practicar ejercicios que nos permitan neutralizar su impacto emocional, como repetir ese pensamiento en voz alta muchas veces hasta que pierda su significado original.
En lugar de luchar contra pensamientos como "soy un fracaso" o "nunca mejoraré", aprendemos a verlos por lo que son: solo palabras. A través de este cambio de perspectiva, podemos empezar a vivir una vida significativa, incluso si seguimos sintiendo desesperanza. No necesitamos esperar a que estos pensamientos o emociones desaparezcan por completo para empezar a actuar. Podemos identificar lo que realmente valoramos en la vida, como la familia, las amistades o nuestra salud, y empezar a tomar pequeñas acciones que estén alineadas con esos valores, a pesar del dolor emocional que podamos estar sintiendo.
Los seres humanos aprendemos a relacionarnos con el mundo a través de un lenguaje simbólico. A lo largo de nuestra vida, y especialmente durante la infancia, aprendemos ciertas reglas que nos indican cómo pensar, sentir y comportarnos. Muchas de estas reglas son útiles, pero otras pueden ser rígidas y desadaptativas, generando más sufrimiento del necesario. Estas reglas internas o "marcos relacionales" pueden influir en cómo interpretamos nuestras experiencias y reforzar la desesperanza.
Por ejemplo, si hemos aprendido la regla de que “si no soy perfecto, no valgo nada”, cualquier fallo o error que cometamos puede ser interpretado como una prueba de nuestra falta de valor personal. Este tipo de pensamiento puede llevar a un estado de desesperanza, ya que sentimos que nada de lo que hagamos será suficiente.
Las terapias contextuales nos enseñan a identificar estas reglas automáticas y a desarrollar una mayor flexibilidad psicológica, lo que nos permite elegir respuestas más adaptativas y alineadas con nuestros valores en lugar de seguir reglas rígidas que perpetúan nuestro sufrimiento.
En lugar de reaccionar automáticamente ante estas creencias, aprendemos a reconocerlas, a cuestionarlas y a tomar decisiones más saludables que nos permitan vivir de manera más plena y coherente con nuestros valores. Aprendemos a equilibrar la aceptación de nuestras emociones con el compromiso de cambiar aquellos aspectos de nuestra vida que podemos controlar.
Además, se nos enseñan habilidades específicas para tolerar la desesperanza sin permitir que controle nuestras acciones. Podemos aprender a soportar las emociones intensas sin actuar impulsivamente o sin retirarnos de las situaciones que son importantes para nosotros. Por ejemplo, si sentimos desesperanza, en lugar de aislarnos o evitar nuestras responsabilidades, aprendemos técnicas que nos permiten experimentar el malestar emocional, calmarnos y seguir adelante.
Este proceso, sin embargo, no es una solución mágica. No se trata de eliminar por completo el malestar, sino de aprender a convivir con él mientras seguimos tomando acciones que nos acerquen a una vida plena y significativa. Las terapias contextuales nos ofrecen un marco para aceptar que el dolor emocional es una parte inevitable de la vida, pero que no tiene por qué controlar nuestras acciones. Podemos seguir adelante, incluso cuando la desesperanza esté presente.
Con el tiempo, paciencia y las herramientas adecuadas, podemos empezar a notar cambios significativos en nuestro bienestar y recuperar el control de nuestra vida, aprendiendo a actuar en base a lo que realmente valoramos, en lugar de dejar que el malestar emocional dicte nuestras acciones.