Crianza, narrativa y responsabilidad:
un enfoque contextual
Crianza, narrativa y responsabilidad:
un enfoque contextual
Introducción
Los padres primerizos hoy en día están bombardeados con mensajes que inciden en la importancia de una crianza responsable, de una crianza feliz.
La crianza influye significativamente en el desarrollo emocional y las relaciones futuras. Sin embargo, en ciertas corrientes psicológicas, en algunos textos de autoayuda, y en redes sociales se ha popularizado una visión simplista que atribuye los problemas, dificultades y frustraciones en la edad adulta exclusivamente a la crianza en la infancia y la adolescencia.
Esta perspectiva culpabiliza a los padres y cuidadores y reduce la historia personal de la persona adulta, con dificultades en su vida, a un recuerdo de traumas adquiridos en la crianza.
Este artículo analiza los riesgos de interpretar el recuerdo del pasado de manera descontextualizada, viéndolo como un determinante absoluto del bienestar actual.
Desde las terapias contextuales, se propone un enfoque basado en la flexibilidad psicológica, los valores, la acción comprometida y la responsabilidad personal, evitando caer en narrativas de victimización.
El objetivo no es negar el impacto de la crianza, sino ayudar a los padres a afrontar la crianza con amor y dedicación, sin presiones añadidas a la propia crianza; y a las personas adultas (mayores de 18 años) a tomar control de su vida adulta sin necesidad de culpabilizar ni cortar vínculos familiares, promoviendo un equilibrio entre apoyo e independencia.
La crianza no es una ciencia exacta
Uno de los mayores desafíos para los padres conscientes de su labor es encontrar el equilibrio entre protección y autonomía. Demasiado control puede generar una sensación de ahogo en el niño, pero demasiada libertad puede derivar en falta de estructura y límites. Una crianza con exceso de disciplina y control puede generar frustración en la adultez, pero una crianza demasiado permisiva, sin estructura ni orientación, también puede dificultar la adaptación a la realidad.
Desde esta perspectiva, es natural que en la adultez algunos hijos, al enfrentar barreras y dificultades, cuestionen las decisiones de sus padres:
“Si me hubieras dado más/menos independencia…”
“Si hubieras sido menos/más estricto conmigo…”
“Si me hubieras protegido más/menos…”
“Si me hubieras exigido menos/más…”
“Si me hubieras dado más/menos libertad…”
“Si me hubieras enseñado a manejar mejor mis emociones…”
Sin embargo, ningún cuidador, por más responsable y comprometido que sea, puede prever con certeza cómo afectarán sus decisiones en el futuro.
La crianza siempre está influida por el contexto cultural, social y emocional del momento y la formación de los cuidadores.
Desde una visión realista, en lugar de evaluar la infancia y adolescencia con los parámetros de la adultez, es más útil comprender que cada decisión se tomó con los recursos y conocimientos disponibles en ese momento.
A pesar del amor y las buenas intenciones de los padres, muchos adultos que enfrentan dificultades emocionales interpretan su infancia en términos de sobreprotección, control excesivo, disciplina rígida o negligencia, dependiendo de cómo hayan percibido las decisiones de sus padres.
Otro problema común es la tendencia a reinterpretar los límites impuestos en la infancia y adolescencia como una forma de represión desmedida y descontextualizada. Sin embargo, no todos los límites fueron actos arbitrarios de control. En muchos casos, fueron intentos legítimos de protección y cuidado.
La memoria y la reconstrucción del pasado
La memoria es un relato parcial y sesgado. Uno de los problemas del enfoque terapéutico que enfatiza “hacer las paces con el pasado” es que rara vez se busca reconstruir la historia con precisión. En muchos casos, no se consideran múltiples perspectivas ni el contexto de la época, sino que se trabaja con recuerdos fragmentados e influenciados por el estado emocional actual del paciente.
La memoria humana no funciona como una grabación fiel de los hechos, sino como una reconstrucción constante basada en nuestras emociones, experiencias recientes y expectativas del presente. Cada vez que recordamos un evento, nuestra mente lo reorganiza, incorporando detalles nuevos y reinterpretando lo ocurrido.
Cuando las personas recuerdan su infancia y adolescencia, no están accediendo a un archivo intacto, sino reelaborando esas experiencias desde su estado emocional y cognitivo actual.
Uno de los sesgos más estudiados en neurociencia y psicología cognitiva es el sesgo de negatividad, que hace que las experiencias difíciles se recuerden con mayor intensidad, mientras que los momentos neutros o positivos suelen desvanecerse.
Si una persona atraviesa una etapa de sufrimiento o frustración en el presente, es más probable que recuerde su infancia en términos predominantemente negativos, aun cuando también haya habido momentos de bienestar.
Este fenómeno explica por qué algunas personas reinterpretan su historia de manera más sombría con el tiempo. No porque su infancia haya sido objetivamente peor, sino porque su estado emocional actual influye en cómo la perciben.
La crianza: decisiones sin garantías
Ser madre o padre es una tarea sin certezas. Desde el nacimiento de un hijo, los padres toman decisiones con la mejor intención posible, guiados por su historia de vida, sus valores y lo que creen que será mejor para su hijo. Sin embargo, estas decisiones no ocurren en un vacío: están condicionadas por el contexto social, económico y emocional del momento.
A lo largo de los años, establecen límites, ofrecen protección, fomentan el aprendizaje y brindan amor incondicional, con la esperanza de que sus hijos crezcan con herramientas para enfrentar la vida.
Y la realidad es que la crianza no sigue una fórmula exacta, y lo que en un momento parece adecuado puede no tener el efecto esperado en el futuro.
La tendencia humana a buscar sentido a lo que nos ocurre en el presente mirando hacia atrás. Sin embargo, este análisis retrospectivo suele estar influido por el estado emocional actual de la persona.
Es fácil creer que todo habría sido diferente si los padres hubieran actuado de otra manera, pero esto parte de la suposición errónea de que existía una única forma correcta de criar.
¿Cómo podemos saber con certeza que un enfoque distinto habría dado mejores resultados? ¿Hasta qué punto la vida adulta depende exclusivamente de la infancia y no de las decisiones personales que tomamos a lo largo del tiempo?
Cada elección que los padres hacen está atravesada por su propio nivel de conocimiento, sus recursos y su contexto en ese momento. Criar implica tomar decisiones sin garantías de éxito, y muchas veces los efectos de esas decisiones solo se hacen evidentes años después.
Lo que en su momento parecía la mejor opción, con el tiempo puede haber tenido consecuencias inesperadas.
La sobreprotección pudo haber dado seguridad en la infancia, pero dificultado la autonomía en la adultez.
La disciplina estricta pudo haber enseñado responsabilidad, pero también generar rigidez emocional.
Cada decisión trae consigo beneficios y desafíos, y no siempre es posible preverlos.
Crianza perfecta, adultez perfecta
Desde una perspectiva más realista, la relación entre padres e hijos no es una transacción en la que una crianza “correcta” garantice una adultez sin problemas. Creer esto es simplificar en exceso el desarrollo humano.
La vida es dinámica, y el bienestar no depende únicamente de lo vivido en la infancia, sino también de las experiencias, oportunidades y decisiones tomadas en la adultez. En lugar de mirar hacia atrás buscando culpables, resulta más útil preguntarse:
• ¿Qué puedo hacer hoy con lo que recibí en mi infancia?
• ¿Cómo puedo reinterpretar mi historia sin quedarme atrapado en ella?
• ¿De qué manera puedo transformar lo aprendido en recursos para mi presente y futuro?
Aceptar que los padres tomaron decisiones con los recursos y el conocimiento que tenían no significa justificar sus errores o minimizar experiencias difíciles, sino permitir una relación más flexible con la propia historia.
La verdadera autonomía emocional surge cuando dejamos de esperar que el pasado cambie y comenzamos a tomar decisiones en el presente.
Culpa, resentimiento y la prisión emocional entre padres e hijos
La relación entre padres e hijos adultos puede convertirse en una prisión emocional cuando la culpa y el resentimiento sustituyen el afecto y la gratitud.
Hay hijos que, a pesar de haber recibido amor, apoyo y oportunidades, permanecen atrapados en una narrativa en la que sus padres son los únicos responsables de sus fracasos, frustraciones y malestar. En muchos casos, esta actitud no es más que una estrategia de evitación, una forma de no asumir la propia responsabilidad y justificar la inacción en la vida adulta mediante los errores de sus padres en su crianza.
Por otro lado, hay padres que, después de años de entrega y sacrificio, terminan sintiéndose castigados por sus propios hijos. Viven con culpa, buscan reparar errores, los que cometieron y los que quizá nunca cometieron, y permiten que el afecto se transforme en una relación de chantaje emocional, en la que el miedo al conflicto domina cualquier interacción familiar.
La cultura de la victimización y la dependencia emocional
Uno de los fenómenos más comunes en algunas corrientes psicológicas actuales es la cultura de la victimización. Normalizan la idea de que el malestar en la adultez es consecuencia directa de los errores, reales o imaginarios, de la crianza.
Este discurso ha dado lugar a una generación de hijos adultos que, en muchas ocasiones, no asumen responsabilidad por sus propias decisiones.
Algunos siguen dependiendo emocional y económicamente de sus padres, pero los desprecian. Otros utilizan el resentimiento como justificación para no tomar acción en su vida. En muchos casos, se presentan como víctimas de su crianza, incluso cuando han recibido amor, apoyo y oportunidades.
Esta paradoja es evidente. Hay hijos que no se independizan, que siguen siendo mantenidos, pero que al mismo tiempo acusan a sus padres de haberlos criado mal.
Ser adulto = ser responsable
A partir de cierta edad, un adulto ya no puede justificar su incompetencia emocional con lo que hicieron o no hicieron sus padres. La vida no viene con un manual de instrucciones para nadie. Si en la adultez una persona sigue dependiendo de la validación, el dinero o el cuidado de sus padres, no es por culpa de ellos, sino por su propia falta de iniciativa.
Ser adulto implica tomar decisiones, equivocarse, aprender y seguir adelante. También supone dejar de esperar que los padres sigan resolviendo la vida indefinidamente y aceptar que el pasado ya ocurrió y que el presente está en nuestras manos.
El problema de esta narrativa de victimización es que no deja salida para los padres. No importa qué hayan hecho, siempre habrá una razón para culparlos. En estos casos, el hijo adulto no busca una solución, sino un culpable para evitar mirarse a sí mismo.
Honrarás a tus padres
Mientras tanto, muchos padres posponen su felicidad esperando que sus hijos los honren, finalmente los valoren y los perdonen por sus errores. Y mientras esperan, la vida se les escapa de las manos. Pero si la relación está basada en la culpa, esa validación nunca llegará.
La única forma de mejorar la relación entre padres e hijos adultos es que ambas partes asuman su responsabilidad. Para los hijos, esto significa respetar a sus padres y dejar de culpar y empezar a actuar.
Aceptar que ser adulto implica tomar el control de la propia vida y reconocer que los padres te han amado, te aman, te amarán y no han sido ni son infalibles, no eran ni son perfectos, que puede que cometieran y que cometen errores, que pudieron y pueden tomar decisiones equivocadas (y acertadas) y además no tienen la obligación de reparar la adultez de sus hijos.
Para los padres aceptar implica soltar la culpa, recuperar su autonomía emocional y no permitir el chantaje afectivo. Significa vivir su vida sin miedo al juicio y al desprecio de sus hijos.
La sanación no llega a través de la culpa, sino de la acción y la responsabilidad.
Cada persona tiene dos opciones. La primera es seguir atrapado en la narrativa de víctima, culpando a los padres por su vida, sin tomar control de su presente y demandando una reparación moral y utilizando el chantaje emocional para conseguir la sumisión de sus padres.
La segunda es aceptar la realidad, asumir la responsabilidad y comprometerse con su propio crecimiento, con sus decisiones de adulto, sin depender emocionalmente de la aprobación o reparación de los padres y sin someter a sus padres a su voluntad.
Para los hijos adultos que han caído en la trampa de la culpa, una pregunta necesaria:
”¿Cuánto tiempo más vas a seguir culpando a tus padres de sus errores, reales o imaginarios, antes de tomar control de tu vida?”
Para los padres que llevan años cargando con una culpa que no les corresponde, un mensaje de liberación.
"No tienes que seguir justificándote.
No tienes que seguir esperando reconocimiento.
No tienes que seguir atado al juicio de tu hijo.
No tienen que aceptar todas las decisiones de tus hijos
El resto de tu vida te pertenece. Es hora de vivirla."
Amor incondicional y chantaje emocional
Algunos hijos adultos recurren al chantaje emocional, basándose en la idea de que sus padres tienen una deuda con ellos y, por lo tanto, deben seguir demostrando su amor incondicional de por vida.
Esta mentalidad conlleva que el bienestar adulto se presenta como una responsabilidad exclusiva de los padres.
Después de años de sacrificio, de haber dado lo mejor que podían, de haber renunciado a tiempo, dinero y sueños por sus hijos, muchos padres terminan prisioneros de la culpa.
En lugar de disfrutar el resto de su vida, llegan a la vejez cargando una deuda emocional que nunca parece saldarse. Viven angustiados, esperando la validación de sus hijos, temiendo su juicio y haciendo malabares para evitar conflictos o una ruptura definitiva.
Pero hay una verdad que muchos padres necesitan escuchar: no tienes que seguir pagando por una culpa que no te pertenece. Si diste amor, si brindaste apoyo, si protegiste para dar seguridad, si hiciste lo mejor que pudiste con los recursos y el conocimiento que tenías en su momento, entonces tu labor como padre está cumplida.
No tienes que seguir culpándote por tus errores vistos desde el presente, ni intentar reparar una relación basada en el resentimiento y el chantaje emocional.
No es cierto que “ser un buen padre significa aguantarlo todo y obedecer a sus hijos”.
Muchos padres creen que deben aceptar cualquier trato o cualquier decisión de sus hijos porque “así es el amor incondicional”.
Sin embargo, el amor incondicional no significa permitir el abuso emocional.
Si un hijo adulto no te honra, no te respeta, te desprecia, te grita, te humilla o te hiere emocionalmente, debes poner límites.
Si un hijo adulto te usa exclusivamente como fuente de dinero puedes decir que no.
Si un hijo adulto sigue culpándote por su vida sin hacer nada para mejorarla, no tienes que seguir justificándote.
El amor no es servidumbre ni sumisión.
Ser padre no significa renunciar a tu dignidad ni a tu derecho a disfrutar el resto de tu vida.
Los padres pueden recuperar su libertad emocional adoptando una nueva perspectiva, aceptando que no tienen que ser perfectos y que los errores del pasado deben entenderse en su contexto.
Es legítimo reconocer los fallos cometidos (o no), pero también es necesario recordar que todas las decisiones se tomaron con los recursos y el conocimiento disponibles en ese momento.
Criar implica equivocarse y aprender, y no se puede vivir atrapado en la culpa de decisiones que en su momento parecían las mejores.
Para salir de esta dinámica, los padres deben establecer límites con coraje y determinación, sin miedo a perder la relación, a recibir la recriminación de que no quieren a sus hijos. Solo así podrán vivir el resto de su vida sin esperar la aprobación de sus hijos y sin cargar con una culpa que no les corresponde.
Terapias centradas en el trauma del pasado
Desde una perspectiva terapéutica, es crucial comprender que el problema no es el pasado en sí mismo, sino la manera en que la persona se relaciona con su historia.
Si la terapia refuerza la idea de que el bienestar actual depende exclusivamente de reinterpretar la infancia y la adolescencia para que deje de generar dolor, se está promoviendo una dependencia terapéutica innecesaria y una visión inflexible del sufrimiento.
Uno de los mayores errores en esta narrativa terapéutica es la idealización de la crianza, como si existiera una forma perfecta de educar a un hijo.
Sin embargo, la realidad es que todas las familias cometen errores a la luz de las consecuencias observadas desde el presente y que la crianza es un proceso complejo, lleno de incertidumbre.
Cuando los terapeutas refuerzan los recuerdos del pasado sin cuestionarlos, pueden fomentar narrativas de victimización y dependencia.
En lugar de promover el crecimiento personal, se corre el riesgo de consolidar una visión rígida del pasado, en la que el malestar actual se explica exclusivamente por experiencias previas, sin considerar otros factores presentes en la vida adulta.
¿Hacer las paces con el pasado?
En las últimas décadas, se ha popularizado un enfoque terapéutico que enfatiza la idea de que el malestar emocional actual tiene su raíz exclusivay significativamente en experiencias pasadas no resueltas.
Este modelo ha sido reforzado por la psicología popular, los libros de autoayuda y las redes sociales, donde se difunden conceptos como la necesidad de hacer las paces con el pasado para avanzar, la sanación emocional como requisito previo para la felicidad y el trauma infantil como explicación universal del sufrimiento.
Este modelo terapéutico puede generar varios problemas.
En primer lugar, refuerza una narrativa de victimización.
En lugar de ayudar a la persona a asumir responsabilidad sobre su presente, la mantiene atrapada en una visión parcial, en la que su malestar es consecuencia directa de lo que hicieron sus padres o cuidadores.
Fomenta la idea de que el bienestar siempre depende de factores externos.
Si se considera que la clave para sentirse bien está en el pasado, la persona puede sentirse impotente ante su propio crecimiento en el contexto presente.
También puede dificultar el desarrollo de habilidades para gestionar el malestar y la frustración. En lugar de aceptar el dolor como parte natural de la vida, se busca reinterpretarlo o eliminarlo, lo que genera una mayor fragilidad emocional. Es importante distinguir entre reconocer la influencia del pasado y quedar atrapado en él.
La historia recordada como antecedente de las respuestas conductuales actuales
Por el contrario las terapias basadas en la flexibilidad psicológica enfatizan que la clave no está en cambiar la historia personal, sino en cambiar la relación con ella.
La historia no es un destino, sino un antecedente que influye en la forma en que aprendemos a responder a ciertas situaciones. Los antecedentes nos configuran el aprendizaje de reglas del tipo "si...entonces" que nos llevan a respuestas con consecuencias a corto y a largo plazo. Respuestas rígidas, alejadas de nuestros valores o flexibles, en dirección con la vida que deseamos vivir.
Uno de los conceptos más difundidos en terapia es que una persona necesita “procesar” su historia para poder avanzar. Se le dice al cliente que hasta que no reinterprete su historia de manera más positiva, perdone a sus padres o figuras significativas y sane sus heridas emocionales, no podrá alcanzar un bienestar real.
Sin embargo, este planteamiento desde el punto de vista de las terapias contextuales puede convertirse en una trampa psicológica cuando se presenta como un requisito absoluto.
Otro problema de este modelo es que promueve la idea de que existe una única forma correcta de comprender la infancia y la adolescencia. Sin embargo, la historia personal no es un relato fijo, sino una construcción dinámica que cambia con el tiempo.
Una misma persona puede recordar su infancia de formas distintas en diferentes momentos de su vida. Un adulto que atraviesa una crisis emocional puede reinterpretar su crianza como opresiva, mientras que en otra etapa puede verla como protectora y amorosa.
Cuando la terapia busca fijar una única narrativa sobre la infancia, se limita la posibilidad de que la persona explore diferentes perspectivas sobre su historia. En lugar de ayudar al paciente a aprender a desarrollar flexibilidad psicológica, se le encierra en una visión rígida, limitante, donde su bienestar depende de validar o refutar ciertos recuerdos.
El trauma de una crianza imperfecta
En algunas corrientes psicológicas contemporáneas y en la cultura popular y de autoayuda, el concepto de “trauma” ha ganado un protagonismo, en algunos casos excesivo. Aunque es cierto que las experiencias adversas pueden dejar huella, no todo sufrimiento es traumático en un sentido clínico.
Fomentar la idea de que cualquier adversidad puede causar un daño irreparable puede llevar a una mayor intolerancia al malestar.
Si se enseña que el sufrimiento solo puede superarse reescribiendo el pasado, las personas pueden desarrollar una relación de evitación con sus emociones, en lugar de aprender a manejarlas con resiliencia. Además, este modelo reduce la agencia personal.
Si el sufrimiento presente se interpreta únicamente como una consecuencia del pasado, se dificulta la posibilidad de actuar en el presente y de responder de manera coherente con la vida que se desea construir.
Uno de los errores más comunes en esta narrativa terapéutica centrada en el trauma infantil es la idealización de la crianza, como si existiera un modelo universal y perfecto que garantizara el bienestar en la adultez.
Sin embargo, todas las familias son imperfectas, y la crianza es un proceso complejo, lleno de incertidumbre, aprendizajes y limitaciones. El desarrollo personal no depende exclusivamente de la infancia y la adolescencia, sino también de las elecciones y experiencias en la adultez.
Resentimiento, culpa y reproche por una crianza imperfecta
Uno de los efectos más problemáticos de la visión terapéutica centrada en el pasado es la tendencia a construir narrativas de culpa, en las que los padres aparecen como los principales responsables del malestar emocional del adulto.
Este tipo de discursos genera dinámicas de resentimiento dentro de la familia. Si un hijo adulto adopta la postura de que su sufrimiento presente es consecuencia directa de las decisiones de sus padres, se refuerza un modelo de relación basado en la culpa y el reproche.
En una primera fase, esto puede conducir a una relación marcada por el miedo y la evitación del conflicto. Con el tiempo, suele desembocar en una ruptura dolorosa. El problema surge cuando la terapia refuerza la idea de que el bienestar de la persona depende de una “reparación” de su historia familiar, lo que puede perpetuar un estado de insatisfacción y resentimiento continuo.
En muchas corrientes terapéuticas, el perdón se presenta como un requisito para el bienestar. Se sugiere que una persona solo podrá sanar si logra perdonar a sus padres por sus errores.
Sin embargo, insistir en el perdón puede invalidar experiencias legítimas de dolor y forzar una reconciliación artificial que no necesariamente contribuye al bienestar real de la persona.
En la cultura contemporánea, el malestar emocional se percibe cada vez más como un problema que debe resolverse, en lugar de como una experiencia natural de la vida.
Este modelo ha llevado a la expansión de un enfoque terapéutico que promueve la búsqueda constante de “sanación”, como si el bienestar fuera un estado absoluto al que se debe llegar.
En lugar de aceptar el malestar como parte de la experiencia humana, se busca eliminarlo, lo que puede llevar a una dependencia excesiva de la terapia o de técnicas de “sanación emocional”.
Aunque este enfoque puede resultar reconfortante a corto plazo, a largo plazo genera más frustración, ya que la vida siempre traerá desafíos y momentos de incomodidad.
Alternativas terapéuticas: un enfoque basado en aceptación, compromiso, valores, compasión y acción comprometida
Como ya he adelantado en párrafos anteriores, las terapias contextuales trabajan con ambos aspectos de la relación entre padres e hijos adultos. Ayudan a los padres a soltar el control y a los hijos a asumir responsabilidad sobre su vida.
En el trabajo terapéutico con adultos que culpan a sus padres por errores y restricciones pasados, es fundamental explorar cómo esos límites se alineaban o no con sus valores actuales.
Es importante diferenciar protección de sobreprotección, ya que no todos los límites impuestos en la infancia y en la adolescencia fueron actos de control; en muchos casos, fueron intentos legítimos de cuidado y deguridad física y emocional.
Desde una perspectiva más equilibrada, se reconoce que los padres toman decisiones con la mejor intención posible, aunque no siempre sean perfectas y siempre se cometan errores por acción u omisión. No existe una única forma “correcta” de criar, ya que cada niño y contexto es diferente, y nadie puede prever el futuro con certeza.
Las terapias contextuales ayudan a las personas a desarrollar una visión más flexible de su infancia y adolescencia. Se invita a reflexionar sobre preguntas clave como: ¿los límites que me impusieron tenían un propósito de cuidado o fueron arbitrarios? ¿Cómo influyeron esos límites en mi desarrollo actual? ¿De qué manera puedo reinterpretar esas experiencias sin caer en la victimización?
El objetivo de estas terapias no es justificar errores parentales ni minimizar experiencias difíciles, sino permitir que la persona se relacione con su historia de una manera más funcional.
Desde este enfoque, se enfatiza la importancia de que los hijos asuman un rol más activo en su vida adulta, identificando sus valores, estableciendo límites saludables y tomando decisiones alineadas con la vida que desean construir, sin depender de la validación de sus padres ni del pasado como excusa para la inacción.
Diferenciar protección de control: una visión más equilibrada del pasado
En lugar de culpar a los padres por las dificultades actuales, se fomenta la autonomía y la responsabilidad personal. Las terapias contextuales ayudan a las personas a diferenciar entre límites saludables que protegían la integridad física y emocional, y un control excesivo que pudo generar restricciones innecesarias.
También se trabaja en reconocer la intención amorosa detrás de las decisiones de los padres y en practicar la autocompasión frente a los recuerdos difíciles de la infancia.
Desde esta perspectiva, el enfoque terapéutico no busca que la persona quede atrapada en la frustración ni en el resentimiento. Se trata de reformular la historia personal sin negar la dificultad de ciertas experiencias, pero sin que estas definan por completo la identidad o la capacidad de acción en el presente.
Las terapias contextuales parten de una premisa fundamental: el objetivo no es modificar el pasado, sino cambiar la relación con él. Esto significa que una persona no necesita “hacer las paces con su historia” ni “perdonar a sus padres” para vivir una vida significativa. En cambio, se promueve la aceptación de la historia personal tal como es y el compromiso con acciones alineadas con los valores en el presente.
Más allá del perdón: aceptar el pasado sin quedar atrapado en él
Un enfoque basado en la flexibilidad psicológica permite que la persona tenga una relación más fluida con su historia. Puede reconocer tanto las dificultades como los momentos de amor y crecimiento, sin que su identidad quede definida únicamente por el sufrimiento del pasado.
Esto no significa negar el impacto de la infancia o los errores de los padres, sino evitar que la historia personal se convierta en una prisión emocional.
Un modelo más funcional reconoce que la infancia y la adolescencia influye en la vida adulta, pero enfatiza que cada persona tiene la capacidad de cambiar su vida en cualquier momento, sin necesidad de “sanar” ni “perdonar” cada aspecto de su historia.
No se trata de imponer el perdón como una meta terapéutica, sino de ayudar a la persona a desarrollar una relación más flexible con su historia.
La diferencia entre reflexionar sobre el impacto de la crianza y usar el pasado como una justificación para el malestar presente es clave. Comprender cómo ciertas experiencias influyeron en el desarrollo emocional es útil y legítimo, pero quedarse atrapado en la culpa y la victimización puede generar dependencia terapéutica y conflictos familiares innecesarios.
Responsabilidad personal y bienestar en el presente
Desde las terapias contextuales se enfatiza que el bienestar emocional no depende de absolver o culpar a los padres, sino de desarrollar herramientas para gestionar el presente de manera más flexible y comprometida con los propios valores.
En lugar de ver la infancia como un período de errores irreparables, se puede reconocer que los padres actuaron con la información y los recursos que tenían en ese momento.
Aceptar la historia personal sin quedar atrapado en narrativas extremas permite ver el pasado con mayor claridad. No se trata de reinterpretarlo hasta que deje de doler, sino de aprender a convivir con esos recuerdos sin que determinen la vida presente. El bienestar no depende de eliminar el sufrimiento, sino de aprender a gestionarlo y a seguir adelante con una vida significativa.
Acción comprometida: construir una vida alineada con los valores
Frente a la visión terapéutica tradicional que enfatiza la reinterpretación del pasado y la necesidad de “hacer las paces” con la infancia, las terapias contextuales promueven un enfoque basado en la acción. Estos modelos parten de la idea de que el bienestar no se logra eliminando el sufrimiento ni sanando el pasado, sino desarrollando flexibilidad psicológica para afrontar la vida con mayor apertura y compromiso con los valores personales.
Algunos pilares fundamentales de estas terapias incluyen:
• Aceptar el malestar como parte natural de la vida. No es necesario eliminar el sufrimiento para avanzar.
• Defusión cognitiva. Aprender a observar pensamientos y recuerdos sin quedar atrapado en ellos.
• Compromiso con los valores. Actuar en función de lo que realmente importa en el presente, en lugar de quedarse atascado en los recuerdos del pasado.
Desde esta perspectiva, el pasado se reconoce como un antecedente que influye en las conductas de la vida actual como respuestas, pero no como un determinante absoluto.
Lo que realmente impacta el bienestar es lo que la persona elige hacer en el presente: la libertad para modificar las reglas de comportamiento inflexibles aprendidas a lo largo de su vida.
Regulación emocional y herramientas prácticas para salir del ciclo de victimización
Las terapias contextuales proponen un enfoque basado en la regulación emocional y la tolerancia al malestar. Algunas estrategias incluyen:
• Mindfulness. Observar pensamientos y emociones sin reaccionar impulsivamente.
• Exposición a experiencias internas. Aprender a convivir con el malestar sin tratar de evitarlo o eliminarlo.
• Perspectiva dialéctica. Aceptar que dos verdades pueden coexistir. Por ejemplo: “Mis padres cometieron errores” y “También hicieron cosas buenas por mí”.
Muchos enfoques terapéuticos tradicionales, al centrarse en reinterpretar el pasado, pueden reforzar la autocrítica y la culpa en lugar de ayudar al paciente a avanzar. En cambio, las terapias contextuales promueven la autocompasión, entendida como la capacidad de tratarse con amabilidad y comprensión en lugar de castigarse por los errores del pasado.
Reflexión final: tomar el control de la propia vida
El pasado no se puede cambiar, pero el presente y el futuro dependen de lo que cada persona decida hacer hoy.
Para los hijos adultos que siguen atrapados en la culpa y el resentimiento, la clave es dejar de buscar culpables y empezar a actuar.
Para los padres que han cargado con la culpa durante años, el reto es liberarse de esa carga y recuperar su derecho a vivir con dignidad y sin miedo al juicio de sus hijos.
Al final, lo que define una vida no es lo que hicieron los padres, sino lo que cada persona elige hacer con su historia.
El bienestar no depende de reinterpretar el pasado hasta que deje de doler, sino de aprender a vivir con mayor libertad y flexibilidad en el presente.