Nuestro bebé ya ha llegado. ¿Colecho?
Nuestro bebé ya ha llegado. ¿Colecho?
El colecho como opción de crianza.
Los primeros tres años de vida de un bebé es un periodo crucial para el desarrollo del apego, la seguridad emocional y el bienestar del niño. Los cuidadores, especialmente los primerizos, enfrentan sus expectativas de una crianza ideal con una gran presión por hacerlo "bien" o de manera "perfecta", lo que genera inseguridades acerca de la mejor manera de criar a su hijo. Durante estos años de crianza de un bebé, muchos cuidadores se enfrentan desafíos, que pueden verse amplificados por la elección de métodos de crianza como el colecho.
El colecho, que se ha practicado de manera tradicional en muchas culturas, es a menudo visto en las sociedades occidentales como un enfoque controvertido, lo que puede crear dudas en los cuidadores que optan por esta práctica. Muchos cuidadores buscan información en internet y consejo de familiares, amigos o profesionales de la salud, quienes a veces no tienen opiniones coincidentes sobre el colecho.
El colecho es entendido, primariamente, como la práctica de dormir junto al bebé. Ha sido una estrategia de crianza fundamental a lo largo de la historia de la humanidad. Desde una perspectiva evolutiva y antropológica, el colecho tiene raíces profundas en la necesidad de protección y contacto físico constante entre madre e hijo, elementos esenciales para la supervivencia en entornos ancestrales.
Los cuidadores suelen preocuparse por los posibles efectos a largo plazo del colecho en el desarrollo emocional del bebé, en su bienestar mental futuro o en su relación de pareja. Surgen dudas sobre si el niño se volverá dependiente, caprichoso, incluso tirano o si tendrá dificultades para dormir solo más adelante. Esta práctica de crianza no solo facilita la lactancia y el cuidado inmediato del bebé, sino que, y más importante, refuerza el apego emocional y la regulación fisiológica en los primeros años de vida.
Colecho físico y emocional consciente
Desde las Terapias Contextuales (TTCC) se propone un enfoque consciente del colecho. Este conduce a un apego seguro —caracterizado por la confianza y la seguridad emocional del bebé hacia sus cuidadores— y facilita un desapego seguro cuando llegue el momento de la transición hacia la independencia en el sueño, siempre de una manera gradual y respetuosa con los ritmos del niño.
El colecho, cuando se practica con un enfoque consciente y equilibrado conduce de forma natural a la independencia emocional. A través fundamentalmente de la comunicación audio-verbal contingente, la validación emocional, la acción comprometida con los valores y la promoción de la tolerancia al malestar, los cuidadores ayudan a sus hijos a desarrollar un sentido de seguridad que no dependa exclusivamente de su presencia física. En última instancia, esto les permite formar un "yo seguro" y autónomo, capaz de manejar sus emociones de manera saludable y resiliente.
A medida que el niño crece y sus necesidades cambian, el colecho también evoluciona, ajustándose a las dinámicas familiares y a los hitos del desarrollo infantil. Este proceso puede dividirse flexiblemente en varias fases, en las que se puede observar cómo el colecho favorece tanto un apego seguro como un desapego saludable. Brevemente describiremos la evolución del colecho en los tres primeros años del bebé.
0-6 meses
Durante los primeros seis meses de vida, el colecho es una extensión natural del cuidado materno. El recién nacido es altamente dependiente de sus cuidadores para todo, desde la alimentación hasta la regulación de su temperatura corporal. En este contexto, el colecho es clave para:
- Facilitar la lactancia nocturna: Al estar cerca de la madre, el bebé puede alimentarse sin necesidad de llorar para despertar a sus cuidadores. Esto no solo reduce el estrés del bebé, sino que también asegura un mejor descanso para la madre.
- Promover la regulación fisiológica: El contacto piel con piel y la proximidad al cuerpo de la madre ayudan al bebé a mantener su temperatura corporal, estabilizar su respiración y ritmo cardíaco.
- Fortalecer el vínculo afectivo: El colecho favorece un apego seguro al proporcionar al bebé un ambiente de protección y seguridad emocional. Al atender rápidamente a sus necesidades, los cuidadores fomentan la confianza del bebé en que sus cuidadores estarán disponibles cuando los necesite.
6-18 meses.
A medida que el bebé crece y se vuelve más móvil, las dinámicas del colecho cambian. Entre los 6 y 18 meses, el niño comienza a desarrollar habilidades motoras (gatea, camina, come solo…) que le permiten explorar su entorno de manera más activa, lo que influye en los patrones de sueño.
El bebé está en un proceso intenso de desarrollo cognitivo y emocional. Muchos bebés experimentan miedo, una amenaza por separación durante la noche, lo que les lleva a despertarse con mayor frecuencia en busca de la cercanía y el consuelo de sus cuidadores. El colecho ayuda a mitigar estos despertares, proporcionando una sensación inmediata y constante de seguridad.
El desafío en esta fase puede radicar en equilibrar la necesidad de cercanía emocional del niño con la calidad del sueño de los cuidadores, ya que el incremento de movilidad del bebé puede interferir con el descanso. Además, algunas familias pueden comenzar a preguntarse cuándo será el momento adecuado para planificar la transición a dormir en su propia habitación, lo cual se puede facilitar manteniendo siempre una base de apego seguro.
El equilibrio entre proximidad y autonomía es clave en esta etapa. El colecho consciente permite la cercanía cuando el bebé la necesite y ofrece pequeñas oportunidades para el distanciamiento.
Durante esta fase, algunos cuidadores optan por comenzar progresivamente a transitar del colecho físico en la misma cama a una cuna o cama separada dentro de la misma habitación. El bebé, con libertad para dormir en los dos espacios, sigue sintiéndose acompañado y fomenta una mayor independencia al dormir en un espacio propio, lo cual es un primer paso hacia un desapego seguro.
18-36 meses
A partir de los dieciochos meses de vida, los niños desarrollan una mayor autonomía tanto en el día como en la noche. El deseo de cercanía física y emocional con los cuidadores, especialmente en momentos de transición como el destete o la entrada en guardería o en el colegio (educación infantil), lleva en ocasiones a que el colecho físico continúe. Los niños buscan el colecho como una forma de lidiar con los cambios que están experimentando, como la socialización en entornos nuevos o la separación prolongada de los cuidadores durante el día. La accesibilidad a sus cuidadores al dormir cerca durante la noche les brinda un espacio seguro para procesar estas nuevas experiencias, lo cual refuerza un apego seguro. En esta etapa, el colecho cumple una función más emocional y psicológica que fisiológica. La práctica del colecho emocional durante esta etapa sigue siendo importante para mantener un apego seguro mientras se avanza hacia un desapego físico progresivo y saludable.
A partir de los dos años, muchas familias comienzan a hacer la transición hacia una habitación separada. Esta transición, cómo se ha indicado anteriormente, es gradual y adaptada a las necesidades de cada niño, ofreciendo opciones como la "cama de transición" o el "colecho parcial" (dormir en la misma habitación pero en camas separadas). Este proceso facilita un desapego seguro, al realizarse de manera respetuosa con los tiempos del niño y sin forzar la separación.
Un desapego seguro en esta etapa implica que el niño sienta que tiene la libertad de independizarse cuando esté listo, pero que siempre puede contar con el apoyo y la presencia de los cuidadores cuando lo necesite. Mantener esta base emocional fuerte le permitirá afrontar nuevos desafíos con confianza.
En ocasiones algunos cuidadores a los tres años (o con mayor edad) pueden enfrentar dificultades en esta etapa si el colecho se ha prolongado durante mucho tiempo, ya que el niño puede resistirse a dormir solo. En este caso, es importante tener en cuenta que la transición hacia el sueño independiente debe ser manejada siempre con tranquilidad, paciencia , amabilidad, compasión y sensibilidad, evitando forzar al niño y apoyándolo reforzando positivamente su progresivo proceso de autonomía.
Apego y desapego seguros
El desarrollo del apego va más allá del cohecho físico. En los primeros años el apego está profundamente ligado a cómo el niño percibe y responde al tono afectivo predominante en su entorno, ya sea de placer o displacer. Esta percepción afectiva está íntimamente relacionada con las primeras relaciones que el niño establece entre sus experiencias, pensamientos y emociones, bien se haya optado o no por el colecho.
Desde muy temprano, el niño aprende a asociar ciertos estímulos, como la presencia de los cuidadores, con sensaciones de placer o displacer, lo que configura su manera de percibir el entorno y responde con apego o evitación. Estos intercambios afectivos son los cimientos sobre los cuales el niño construye sus marcos relacionales, que con el tiempo guiarán su conducta y percepción del mundo de manera más compleja.
El apego seguro en los comienzos de su vida, desde su nacimiento, forma la base de las futuras relaciones del niño, quienes, al establecer conexiones con sus cuidadores, desarrollan asociaciones afectivas que les permiten sentirse seguros. Paradójicamente estas experiencias de apego inicial influyen en su capacidad para desarrollar un desapego saludable cuando inician el camino hacia la independencia. Este desapego no significa desconexión emocional, sino la capacidad de explorar el mundo de manera independiente, con la seguridad de que el cuidador estará disponible en momentos de necesidad.
Cuando el entorno proporciona mayor seguridad y placer, y acompaña en el displacer, el niño tiende a desarrollar un apego seguro, que fomenta una mayor flexibilidad psicológica y confianza para explorar su entorno. Por el contrario, si el tono afectivo predominante es de displacer o indiferencia y no existe el placer en ningún momento, el niño desarrolla un apego inseguro, en el que percibe su entorno con incertidumbre, incluso como amenazante, que ataca a su seguridad, lo que impacta negativamente en su capacidad de gestionar emociones difíciles y experimentar el mundo sin temor.
La privación de afecto, tanto en forma de contacto físico como emocional, tiene un impacto duradero en el desarrollo del niño. Un niño que no tiene acceso a una gama completa de emociones (incluyendo displacer) puede desarrollar estrategias de evitación, que limitarán su capacidad de enfrentar experiencias desafiantes en el futuro. La privación afectiva puede llevar a un apego inseguro, que afectará sus relaciones futuras y su capacidad para regular sus emociones de manera autónoma. Un niño privado de afecto tiene más dificultades para desarrollar independencia emocional, pues no ha contado con un entorno afectivamente equilibrado.
Entorno físico y emocional facilitador
Desde la perspectiva de las TTCC, el apego infantil es altamente sensible al entorno, al contexto, y fundamentalmente al estado emocional y comportamiento de los cuidadores. Ya se ha indicado que los patrones de interacción afectiva que se desarrollan en la infancia impactan en cómo el individuo se relacionará con los demás en contextos íntimos y sociales a lo largo de su vida adulta. Las desadaptaciones en estas relaciones tempranas pueden dar lugar a dificultades emocionales y relacionales más adelante.
Los niños pequeños no poseen habilidades suficientes para gestionar sus emociones por sí mismos y dependen del entorno para co-regular sus estados emocionales. Si el entorno es inconsistente o emocionalmente desregulado, el niño puede tener dificultades para regular sus propios afectos, lo que puede llevar a un apego inseguro. Los cuidadores y cuidadores tienen un rol crucial en proporcionar un entorno emocionalmente estable y predecible, sin sobrecargas emocionales, donde el niño se sienta tranquilo y seguro para interactuar con el mundo.
Los niños que experimentan una sobrecarga emocional pueden utilizar estrategias de evitación experiencial, como el llanto o la retirada, para evitar situaciones desbordantes. La sobrecarga emocional en bebés ocurre cuando están expuestos a estímulos o situaciones que superan su capacidad de procesamiento y regulación emocional. Los bebés aún no tienen habilidades maduras para gestionar emociones, por lo que pueden sentirse abrumados fácilmente. Aunque los bebés necesitan mucho contacto físico, socializar con otros niños y estimulación abundante y variada, un exceso de interacción sin tiempo para descansar y procesar puede provocar sobrecarga. Necesitan estructura y consistencia. Esta sobrecarga puede manifestarse de varias maneras, como llanto excesivo, irritabilidad, dificultad para dormir o alteraciones en el apetito.
Algunas causas comunes de sobrecarga emocional en bebés incluyen ambientes sobrecargados de estímulos (sonidos fuertes, luces brillantes…); cambio repentino en la rutina (mudanzas, viajes o alteraciones en las rutinas de sueño…); conflictos, discusiones o tensiones familiares, incluso si no comprenden el lenguaje (los bebés son muy sensibles a las emociones de los adultos a su alrededor); demasiada interacción social sin periodos de soledad, etc.
Para prevenir o manejar la sobrecarga emocional, es importante ser consciente empáticamente y compasivamente y ofrecer un ambiente seguro y predecible. Los cuidadores aprenden a comprender los gestos, las miradas, los movimientos de su hijo para respetar sus ritmos y prestar atención a señales de que necesita descanso o tiempo tranquilo. Técnicas como el contacto físico, hablarles suavemente, establecer rutinas regulares, introducir los estímulos nuevos progresivamente y con seguridad… también ayudan a calmar su sistema nervioso. Los cuidadores juegan un papel clave en ayudar al niño a navegar por estas experiencias, ofreciéndoles un entorno que les permita aprender a modular sus respuestas emocionales ante el malestar emocional y los estímulos difíciles, “incomprensibles”.
El malestar y la frustración del niño: preocupación u oportunidad.
Desde la psicoterapia contextual se enseña a los cuidadores a actuar ante el malestar emocional, ante el displacer, como una oportunidad para crecer, ya que permite desarrollar habilidades de regulación emocional y flexibilidad psicológica. Los niños con apego seguro están mejor preparados para enfrentar la frustración, pues al afrontar los desafíos confían en que sus cuidadores estarán disponibles para ayudarlos a gestionar sus emociones difíciles. Esta confianza permite que el niño explore el mundo de manera más plena y alineada con sus valores.
La frustración es un motor esencial para el desarrollo del desapego seguro. A medida que los niños experimentan frustraciones y aprenden a manejarlas, se vuelven más autónomos y capaces de regular sus emociones sin depender de la constante intervención de los cuidadores. Aprende a manejar el malestar de manera adaptativa.
Es importante que los cuidadores varíen sus respuestas al malestar del niño, alternando entre el consuelo físico, el verbal y la modificación del contexto, y permitiendo que el niño experimente frustraciones manejables. Esta variabilidad en las respuestas enseña al niño que la seguridad no depende únicamente de la intervención inmediata de los cuidadores, sino que puede desarrollarla internamente.
La demora presencial en la satisfacción de las necesidades es el primer paso y contribuye al desarrollo de procesos más complejos, como el pensamiento reflexivo y el juicio. A medida que el niño aprende a posponer, en presencia de sus cuidadores, respuestas motoras inmediatas, comienza a desarrollar marcos relacionales más sofisticados, que incluyen la capacidad de planificar, predecir y reflexionar antes de actuar. Este aplazamiento de la respuesta física/motora es crucial para el desarrollo de habilidades cognitivas avanzadas y una mayor alineación con los valores del individuo.
La clave está en enseñar al niño a aceptar pequeños periodos de incomodidad. En lugar de tratar de eliminar el malestar de inmediato, los cuidadores pueden mostrar que el malestar es algo transitorio y manejable, lo que contribuye al desarrollo de la autorregulación emocional. Los cuidadores no ignoran el llanto del bebé, ni lo dejan solo, pero tampoco intervienen cada vez de manera física, lo que permite que el bebé empiece a manejar pequeñas frustraciones por sí mismo.
Validación emocional compasiva
La validación emocional compasiva es otro pilar en las psicoterapia contextual. Implica que los cuidadores reconozcan y respeten los sentimientos del niño sin necesariamente eliminar el malestar de inmediato. Por ejemplo, cuando el niño muestra signos de frustración (grita, llora), los cuidadores pueden decir, con un tono tranquilo y empáticamente: "Sé que esto es difícil para ti, pero puedes manejarlo", en lugar de resolver inmediatamente la situación.
En el contexto del colecho, la validación emocional en niños pequeños implica el consuelo auditivo-verbal inmediato. Los cuidadores usan un tono de voz calmado y tranquilizador para validar los sentimientos del niño sin necesidad de eliminar la fuente del malestar. Esto enseña al niño que sus emociones son legítimas, pero que no siempre requieren una solución inmediata, ayudándole a desarrollar una mayor resiliencia emocional. La comunicación auditiva y verbal es una herramienta fundamental para fomentar la independencia emocional. Dado que los niños pequeños no comprenden completamente el lenguaje, es el tono de la voz lo que transmite consuelo. Los cuidadores pueden usar frases simples y tranquilizadoras como "estoy aquí contigo" o “siempre estaremos cerca de ti”, lo que permite que el niño aprenda a sentirse seguro sin necesitar un contacto físico inmediato.
Este tipo de interacción también fomenta la autorregulación emocional. Al optar por una respuesta verbal en lugar de una intervención física, los cuidadores permiten que el niño empiece a desarrollar su capacidad para calmarse. Además, los cuidadores pueden poco a poco enseñar al niño técnicas simples de manejo del malestar, como la respiración profunda o la identificación de emociones ("¿sientes miedo? Está bien tener miedo, todos sentimos en algún momento miedo.").
Es esencial que el niño aprenda a sentirse seguro sin depender exclusivamente de la intervención constante de los cuidadores. Al variar las respuestas, los cuidadores enseñan al niño que la seguridad puede venir de dentro, no sólo de factores externos como la presencia física de los cuidadores.
Cuando el bebé solo se comunica llorando y gritando.
Hemos comentado que los gritos y lloros del bebé son señales naturales de necesidades físicas o emocionales, es una vía de comunicación con sus cuidadores aprendida y reforzada con la atención inmediata de sus propios cuidadores. En el colecho, los cuidadores están en una posición ideal para responder a estas señales de manera sensible, y sin caer en la respuesta automática a cada señal. Con hemos indicado, en lugar de apresurarse a calmar al bebé físicamente, usan la comunicación verbal para validar sus emociones sin resolver de inmediato el malestar.
El temor de que el colecho pueda convertir al bebé en un niño o adolescente tirano e insolidario es una preocupación frecuente entre algunos cuidadores. Esta idea proviene de la inquietud de que responder siempre a sus lloros o gritos, o una excesiva cercanía física y emocional pueda fomentar en el niño una tendencia a imponer sus deseos sobre los demás, sin respetar los límites. La psicoterapia contextual incide en la crianza consciente, la cual desempeña un papel fundamental en el manejo de las dinámicas familiares durante el colecho. Esto implica que los cuidadores estén presentes física y emocionalmente, atentos y concentrados en lo que ellos hacen (en lugar de dispersos por los mensajes y pensamientos que envía su mente) y sean conscientes de sus propias reacciones y las del niño, permitiendo que las emociones fluyan sin necesidad de reprimirlas o controlarlas de inmediato. Los cuidadores actúan con flexibilidad psicológica están presentes en el momento, aceptan las emociones difíciles y actúan de acuerdo con los propios valores, en lugar de reaccionar de forma impulsiva y rígida.
La regulación emocional propia de los cuidadores es clave, ya que estos modelan, a través de su propio comportamiento, cómo manejar el malestar o la frustración. Los bebés, los niños, observan y aprenden rápidamente de las respuestas de sus cuidadores. El contácto inmediato del colecho ofrece una oportunidad única para que los cuidadores modelen comportamientos de respeto y reciprocidad en la vida diaria. Al observar cómo los cuidadores se respetan mutuamente y equilibran sus necesidades, el niño aprende que sus propios deseos no siempre pueden ser satisfechos de inmediato, y que es parte del desarrollo saludable aprender a esperar y a considerar las necesidades de los demás.
Los cuidadores pueden reforzar conductas prosociales desde una edad temprana, enseñando al niño a ser consciente de las necesidades de los demás y a respetar su espacio. Por ejemplo, cuando un niño respeta el descanso de los cuidadores o comparte la cama de manera armoniosa, los cuidadores le ofrecen reconocimiento y afecto como refuerzo positivo. Este tipo de retroalimentación fortalece los lazos afectivos sin fomentar dinámicas en las que el niño imponga sus deseos de manera inconsiderada. Al reforzar las conductas que promueven el respeto y la consideración por los demás, los cuidadores establecen un marco relacional saludable en el que el niño aprende que sus necesidades son importantes, pero no deben prevalecer siempre sobre las de los demás.
Este modelado es especialmente efectivo cuando se combina con el establecimiento de reglas relacionales claras, que los cuidadores ajustan de manera flexible a medida que el niño crece. Por ejemplo, al permitir que el niño se quede en la cama de los cuidadores en momentos de angustia, pero también estableciendo límites sobre cuándo es hora de descansar o cuándo debe dormir en su propia cama, los cuidadores enseñan al niño a encontrar un equilibrio entre sus deseos y la necesidad de respetar el bienestar de todos en la familia. Si los cuidadores permiten que el niño imponga sus deseos sin restricciones, se corre el riesgo de que el niño aprenda que sus necesidades son más importantes que las de los demás, lo que puede generar dinámicas disfuncionales a largo plazo. No obstante, estas reglas deben ser flexibles y adaptarse a las necesidades cambiantes del niño a medida que crece. Los cuidadores pueden ajustar gradualmente las expectativas sobre el colecho, fomentando la independencia del niño cuando sea apropiado, pero siempre manteniendo un marco de seguridad emocional y apoyo afectivo. Este equilibrio entre límites y flexibilidad es clave para el desarrollo de una relación saludable entre el niño y sus cuidadores, basada en el respeto mutuo y la consideración de las necesidades de todos.
(Sobre)protección
Los cuidadores quieren lo mejor para sus hijos y la protección excesiva a menudo surge de un miedo al fracaso, de sus hijos cuando sean mayores y de ellos en su desempeño como padres. Esto genera un miedo desmedido al fracaso en el niño, ya que al evitar los desafíos por miedo al error y a afrontar amenazas, no desarrolla las habilidades necesarias para enfrentar problemas por su cuenta. En la crianza, es común que los padres, por amor, tiendan a sobreproteger a sus hijos, asumiendo tareas que los niños podrían hacer por sí mismos.
Desde las TTCC se incide en que el colecho y la crianza consciente no implica renunciar a la vida personal de los cuidadores o liberar al niño conforme crezca de todas las tareas o responsabilidades para “su bienestar”, “para que esté contento”, “para que sea feliz”. Al contrario, asignar pequeñas tareas desde una edad temprana fomenta la autonomía y el sentido de pertenencia familiar. En el colecho físico y emocional los cuidadores aceptan su deseo de cuidar profundamente a su hijo, pero también fomentar el cambio al permitir que el niño experimente pequeños desafíos, asumir pequeñas responsabilidades reales.
Los cuidadores pueden ver esto no como una renuncia a su rol facilitador o protector, sino como una forma optimista de garantizar que su hijo crezca seguro y capaz. Celebrar el esfuerzo, la incomodidad, más que el resultado y la satisfacción inmediata, es fundamental para enseñarles que el aprendizaje y el crecimiento provienen de los intentos y del esfuerzo, no de la perfección y permitirles asumir responsabilidades y aprender de sus errores. Se trata de fomentar la toma de decisiones y celebrar los esfuerzos, incluso sacrificios del niño, en lugar de centrarse solo en los resultados y del miedo al fracaso. Son pasos clave para que el niño desarrolle una autoestima no dependiente y autocompasiva.
El perfeccionismo es uno de los riesgos de derivar el colecho hacia la sobreprotección. El perfeccionismo, se deriva de una sobreprotección parental y es un obstáculo importante para el desarrollo de la autonomía y la resiliencia del niño. Cuando desde pequeños se les exige hacer todo de manera perfecta (comer, ordenar los juguetes…), o no se les permite hacer cosas porque no lo van a hacer perfecto, o participar únicamente en actividades que les conducen al éxito, pueden tender a evitar los desafíos por temor a cometer errores, lo que lleva a la procrastinación y la falta de esfuerzo. Los niños crecen más dependientes de los cuidadores para tomar decisiones y enfrentar retos.
Las TTCC se centran en fomentar la acción comprometida, incluso en medio de la incertidumbre y la imperfección. La acción sobre la planificación excesiva, motivando a los niños a que comiencen tareas, incluso cuando no estén seguros de cómo terminarlas o tengan conciencia de que no las harán perfectas. Los cuidadores celebran los pequeños logros en lugar de esperar perfección, lo que ayuda a que el niño desarrolle confianza y motivación.
La sobreprotección también puede generar en los niños un miedo al rechazo o a situaciones sociales nuevas. Sin embargo, la cercanía que ofrece el colecho en los primeros años puede ser el punto de partida para desarrollar confianza en sí mismos, ya que les brinda una base emocional segura.
Desde las TTCC se hace incidencia en la congruencia de los valores personales, familiares, sociales, más allá de las modas mediáticas de la “cultura o práctica social predominante”. Bajo la brújula de los valores el entrenamiento en habilidades sociales, enseña a los niños a combinar empatía y compasión con la asertividad y la capacidad de poner y defender límites (a sí mismos y a los demás), manifestando sus deseos, expresando sus necesidades de manera clara y respetuosa.
La sobreprotección dificulta el desarrollo de una empatía con compasión y respeto de los demás, incluso a su propia familia. Al no enfrentar suficientes experiencias de frustración o desafíos interpersonales, los niños sobreprotegidos se comportan menos compasivos, y quizás con un empatía selectiva sin compasión, en la adolescencia y la adultez
Empatía-compasión y reciprocidad
El colecho y la cercanía física promueven un fuerte apego emocional en los primeros meses, y este vínculo evoluciona hacia una comprensión emocional más profunda. La capacidad de comprender las emociones y perspectivas de los demás, se desarrolla a través de interacciones empáticas y compasivas diarias. Los cuidadores que practican el colecho pueden utilizar estos momentos de cercanía para modelar conductas empáticas-compasivas (auto compasivas), como hablar sobre cómo se sienten o cómo creen que el bebé/el niño podría estar sintiéndose.
Se fomenta no solo la compasión hacia el niño, sino también hacia los propios cuidadores. Aceptar que no se puede proteger siempre al hijo de todas las dificultades, pero que se le puede enseñar a ser compasivo y empático, es un acto de amor. Actividades como leer cuentos y discutir los sentimientos de los personajes ayudan a desarrollar la empatía y la compasión en el niño, complementando la seguridad emocional que el colecho proporcionó en las primeras etapas. Los juegos de rol que simulan interacciones sociales ayudan a desarrollar una mejor comprensión de los pensamientos y emociones de los demás, habilidades cruciales para el éxito en las relaciones interpersonales.