La vida es una constante oportunidad de superación de retos que nos proyectan a nuestros propios valores. El estrés, la adversidad, la preocupación por no ser lo suficientemente bueno en algún aspecto de la vida, los éxitos, logros, errores y fracasos en el desempeño forman parte de cada día, y no hay una forma saludable de inmunizarse contra la experiencia de pensamientos y sentimientos difíciles.
Eventos nuevos, desafiantes y difíciles en la familia, en nuestro entorno social, en nuestra vida académica/profesional… junto con nuestra historia vital que nuestra mente nos recuerda, los pensamientos negativos y críticos, y la preocupación, sensaciones ansiosas de no ser lo suficientemente bueno y aceptable, nuestras insuficiencias, nuestro dolor, son prácticamente inevitables.
Son experiencias aprendidas (pensamientos, sentimientos, sensaciones, emociones recuerdos) que forman parte de nosotros, con las que hemos sobrevivido y que no se pueden derrotar ni eliminar. Una historia de autoestima que al intentar luchar con ella, a controlarla, en ocasiones nos ha frenado, hemos procrastinado y nos ha hecho perder oportunidades.
Cada uno de nosotros somos más que nuestra historia personal, nuestras experiencias (positivas y negativas, de amor o de maltrato...), creencias sobre nosotros y sobre el mundo (útiles e inútiles) y reglas para sobrevivir (eficientes o ineficientes) aprendidas en nuestra infancia y adolescencia, con nuestros padres, hermanos, abuelos, tíos, vecinos, amigos, compañeros de clase, profesores... A lo largo de nuestra vida todo pasa, y nosotros lo observamos... y siempre estamos ahí.
Comprender, aceptar y vivir de la mano de nuestra autoestima dependiente y a su vez desafiarla y debilitarla con nuestra autoestima genuina, autocompasiva, implica un cambio radical en la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos y con el mundo.
El comienzo del camino está en comprender de forma consciente nuestra compleja -y a veces difícil de ver y describir- historia vital que ha conducido a una autoestima dependiente incapacitante y cómo influye en nuestro comportamiento; está en desarrollar nuestra capacidad de identificar, aceptar y cuestionar los patrones de pensamiento perjudiciales, y aprender a desarrollar una visión más equilibrada y realista de uno mismo, dando voz a todas nuestras identidades.
La propuesta de centrar la "estima" sobretodo en nosotros mismos, alineándola con nuestras aspiraciones y estimaciones objetivas en nuestro desarrollo personal, profesional, social y espiritual, implica observarnos y compararnos íntimamente y con confianza con nosotros mismos. Somos individuos únicos, quienes mejor nos conocemos y comprendemos nuestra propia vida, la que deseamos vivir. Somos quienes observamos todas las experiencias de nuestra vida, que pasan de largo año tras año.
Debilitar conscientemente el marco relacional de la autoestima dependiente de valoraciones externas, aprendido e impuesto por nuestra sociedad, se presenta como una oportunidad para vivir la vida, que nos pertenece, de manera única y fugaz, ya que tenemos que ser conscientes de que solo vivimos una sola vez.
Nos requiere valentía y coraje para cambiar nuestra relación (nueva y diferente) con las expectativas, juicios y comparaciones familiares, sociales, culturales, profesionales, la actitud sobrecompetitiva… y construir/activar/potenciar la autoestima bondadosa -basada en nuestro valor propio por ser humano igual que los demás, porque existimos-, la autocomprensión, la autovalidación, la autoaceptación, la autovalía, el autoempoderamiento, el amor propio y la confianza en nuestro potencial, en nuestras capacidades para mejorar, aprendiendo y desarrollando nuestras competencias, independientemente de los resultados (de ganar o perder), o incluso de nuestras características externas.
Sortear esa barrera de nuestra autoestima dependiente con nuestra autoestima genuina y autocompasiva en nuestro viaje vital por el camino de nuestros propios valores, significa liberarse poco a poco de la atadura de la aprobación externa y la comparación irremediable con los demás y anclarnos en nuestro yo compasivo, fundamentalmente en los momentos difíciles, cuando nos sentimos amenazados, juzgados, cuando nos invade la impulsividad, cuando nos llegan los pensamientos autocríticos, cuando sentimos dolor.
Aprender a mirarnos, a hablarnos, a darnos consejos, a animarnos a seguir acciones conforme nuestros verdaderos valores, con calidez, sin preocuparnos, sin miedo por ser amable y cariñoso, como lo haríamos con las personas que más queremos cuando se encuentran en apuros, dándonos tranquilidad y seguridad.
No se trata de caer en la trampa de utilizar estrategias para aumentar, para elevar, para subir la autoestima dependiente y contingente (a corto plazo), diciéndonos cosas "positivas", resaltando nuestros logros, nuestras fortalezas, olvidando nuestros errores y fracasos, nuestras humillaciones,... ella siempre estará con nosotros, siempre la escucharemos.
Forma parte de nuestra historia vital pasada, con la que vivimos en el presente, que no podemos cambiar. Nuestras experiencias pasadas son inevitables, no se puede escapar de ellas, pero sí lograr que sean menos importantes, con menos impacto en nuestra vida.
La autocompasión no nos va a librar de la situación incómoda, difícil, ni va a gratificar nuestro sentimiento de mediocridad, ni va a desarrollar nuestro egoismo y aislar de los demás, significa tener una relación de libertad y amor con nosotros mismos, como si fuéramos el ser que más queremos en nuestra vida.
Al enfatizar la percepción interna de autovalía, autocuidado y autoaceptación logramos que la autoestima sea en lamayor parte de las ocasiones genuinamente "auto", propia e individual, sin referencias a normas y reglas de educación familiares, sociales, culturales o religiosas, transformando nuestra relación con este constructo mental.
Así conseguiremos un nuevo modo de relacionarnos con nosotros mismos en nuestros progresivos logros y éxitos y en nuestros fracasos y retrocesos. La experiencia de un resultado de fracaso en el proceso de aprendizaje no nos conducirá a una visión negativa de nosotros mismos. Podemos sentir el placer de nuestra superación personal, incluso en el fracaso de un resultado (cuando perdemos) podemos hacer una evaluación correcta y objetiva en la línea de una mejora de nuestra competencia.
Franquear esta barrera nos devuelve la libertad, la iniciativa para que nuestra conducta refleje nuestra singularidad y aspiraciones personales. Al compararnos sobretodo con nosotros mismos, cuando nuestro rendimiento depende del progreso en nuestro crecimiento vital, social y profesional, dejamos de lado la competición con los demás y la autoexigencia irracional, y sin límite, y nos enfocamos en celebrar nuestras victorias y superar progresivamente, con curiosidad, creatividad, intencionalidad y nuestro esfuerzo, nuestras propias limitaciones, nuestros errores y fracasos, valorando nuestro propio camino, desde el foco que todos los seres humanos, sin excepción, somos falibles, somos imperfectos.
Al desinflar este marco relacional, nos abrimos a la posibilidad de explorar y tomar en consideración nuestra propia identidad sin presiones ni condicionamientos. Descubrimos nuestra esencia individual, aceptamos y experimentamos nuestras fortalezas y dificultades, nuestras alegrías y tristezas, nuestros momentos de sufrimiento y de paz, de calma, con calidez, con amor y autocuidado, como parte de la complejidad y riqueza de nuestro ser.
Esta nueva autoestima genuina surge de una profunda conexión con nuestro ser interior, una valoración propia e íntima de nuestras cualidades y un profundo respeto por nuestra singularidad, conectando y dando voz a nuestro yo compasivo. Nos proporciona espacio, perspectiva y se convierte en una brújula interna que nos guía hacia la autorrealización y la satisfacción personal.
Nos permite vivir la experiencia de la vida con autenticidad y libertad, sin la presión de ajustarnos a expectativas y modas ("la modernidad") sociales. Nos liberamos de la tiranía de los "debería", "tendría que", de la comparación y del miedo al juicio ajeno, para enfocarnos en nuestro propio crecimiento y desarrollo.
Dejamos de depender de la aprobación externa para sentirnos valiosos y comenzamos a vivir desde la confianza en nuestro propio valor intrínseco. Honramos nuestro camino individual y reconocemos que cada persona tiene su propia historia vital, sus circunstancias únticas, sus múltiples yo en sus múltiples contextos, su propio ritmo, sus baches, sus sufrimientos, sus alegrías, sus satisfacciones, sus frustraciones... y sobretodo sus propias metas según sus valores.
La evaluación propia, autoevaluación, nos conecta sabiamente con nuestro ser, con nuestra existencia, sin depender de circunstancias externas, con verdadero potencial y nos impulsa a perseguir nuestros sueños con determinación. Se convierte en una fuerza motriz que nos motiva y anima a tomar creativamente riesgos, sin temor a equivocarnos ni a salirnos de la "norma impuesta". Nos permite enfocarnos con creatividad en nuestro esfuerzo y nuestro propio crecimiento y desarrollo personal en el camino de la vida que queremos vivir sin estar condicionados por factores o señales externas.
El camino hacia nuestro autoempoderamiento mediante una autoestima genuina y compasiva es una carrera de fondo, una maratón. No es fácil y en algunas ocasiones nos puede traer sensaciones y sentimientos de pena y en otras de alegría, de tranquilidad, de satisfacción, de serenidad, de alivio; exige práctica, esfuerzo, tiempo, paciencia y perseverancia, pero es un viaje hacia un cambio de ser y estar en la vida con autenticidad que vale la pena emprender en la única vida que tenemos, sin importar edad ni condición.
Al desactivar el marco relacional impuesto por la sociedad, tendremos espacio para construir una autoestima más fuerte, resiliente y auténtica, permitiéndonos vivir progresivamente una vida más plena y satisfactoria, aprendiendo poco a poco a discernir entre lo que realmente queremos y lo que creemos que los demás esperan de nosotros.
Este cambio de paradigma nos invita progresivamente a cuestionar la necesidad de validación externa y a explorar una autoestima más auténtica, basada en nuestras metas y valores. Al liberarnos de las cadenas de la autoevaluación y la comparación constante, nos embarcamos en un viaje hacia una vida más plena y conectada con nuestra esencia única. Respirar, alimentarnos y vivir en este mundo se convierte así en un camino lleno de oportunidades y retos, despojado de la pesada carga de comparaciones sociales y juicios externos.
La construcción de una autoestima genuina requiere una práctica, una dedicación consciente y constante para entrar en contacto con atención plena con nuestros verdaderos valores. Debemos estar dispuestos a cambiar para ser flexibles y clarificar nuestro autoconcepto, desafiando progresivamente las barreras de nuestras creencias limitantes y desarrollar la autocompasión para aceptarnos y valorarnos tal como somos, comprendiendo, aceptando y evocando todas nuestras identidades.
Imaginemos una autoestima que no dependa de ser "mejor" que alguien más, sino estar presentes en nuestra propia vida, que se fundamente en nuestras propias aspiraciones y logros y que nos permita ser nosotros mismos, sin temor a ser heridos, castigados, reprochados...
Estar atento en la vida cotidiana, en lugar de estar en bucle con lo que piensan los demás, con nuestras autocríticas, puede contribuir a una mayor claridad en las creencias sobre nosotros mismos, como personas dignas, como personas que tenemos capacidad para aprender constantemente, de crecer con nuestro esfuerzo y dedicación, con nuestros propios valores, no los de los demás.
La cautela, nuestros los intentos de ocultar nuestras vulnerabilidades, las supuestas cualidades negativas percibidas y la baja disposición al riesgo, se disiparán poco a poco tomando conciencia de nuestro momento presente sin ninguna evaluación externa. Con una autoevaluación enfocada en nosotros mismos como personas, con bondad, con cariño, con autoperdón, porque somos humanos y siempre podemos meter la pata, cometer errores, podemos contrarrestar esas estrategias de autoprotección, superando así una barrera para alcanzar nuestro autoconocimiento con perspectiva y compasivo.
La atención al momento presente, con una orientación sin juicios hacia la experiencia, nos facilita el aumento de información y comprensión sobre nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos, puede reducirnos la reactividad, la impulsividad, la desregulación emocional a la información negativa que nuestra mente nos envía relacionada con nosotros mismos. Así la atención plena al dejar espacio reduce las respuestas afectivas y de cortisol ante la amenaza de evaluación social en nuestro desempeño.
Ser conscientes sin autocríticas, sin autoculpas, sin inseguridades... contribuye a que tengamos a procesos de pensamiento más flexibles, lo que a su vez se asocia con una mayor autoestima genuina y autocompasiva que reduce la rumia de nuestra mente.
El pensamiento consciente nos hace ser sensibles a diferentes perspectivas y al contexto actual, nos descentra y esto contrarresta cuando tenemos caemos en la hiperreflexibilidad con un consumo en bucle de pensamientos repetitivos y estrechos negativos, autocríticos, culpabilizadores… relacionados con nosotros mismos.
Compararnos con nosotros mismos, con nuestro progreso, reconocer nuestras fortalezas y áreas de crecimiento, es un cambio que nos permite mirarnos y vivir según nuestras propias métricas internas, celebrando con satisfacción nuestra vida con pequeños logros diarios, sin que nuestra mente nos compare constantemente con los demás.
La autoestima genuina, no dependiente es real, estable y menos contingente y permite a los niños y adolescentes integrar sus propias fortalezas, debilidades y fracasos porque no los ven como una amenaza para su valía personal. Esto les permite tratarse a sí mismos con respeto, aceptación y amabilidad, independientemente de sus resultados, y no devalorarse a sí mismos por los errores.
Esta actitud positiva, de aceptación y tolerancia hacia uno mismo, incluso cuando se considera las propias debilidades e imperfecciones, es la autocompasión. Además de las facetas de la atención plena frente a la sobreidentificación y la humanidad conectada frente al aislamiento, la autocompasión y una baja tendencia al auto-juicio son aspectos centrales de la autocompasión e incluyen esta actitud paciente y benévola, en lugar de punitiva y crítica, hacia uno mismo.
Por lo tanto, para que nuestros hijos, nuestros estudiantes puedan adaptarse con éxito a la sociedad, es crucial que los guiemos para que desarrollen una visión correcta de la competencia académica, entendida como la superación personal y el desarrollo de su potencial, con objetivos realistas planificados conforme a sus valores, y no se centren excesivamente en competiciones con los demás, en ganar y perder hasta el punto de basar su autoestima en las comparaciones sociales. Esto aumentará sus oportunidades de experimentar y explorar diversos roles, y tener una expectativa positiva para el futuro para promover el desarrollo de su identidad.
Desde la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) y las Terapias de Autocompasión, mediante la alianza terapéutica, partiendo de nuestra validación, a través de ejercicios y experiencias, nos guían en el cambio para que encontramos responsablemente un camino personal progresivo de aprendizaje competencial, individual y personal en varias direcciones:
Prestar atención a nuestro presente con una actitud abierta y sin juzgar, observando nuestros pensamientos, emociones y sensaciones sin intentar controlar, eliminar ni reaccionar automáticamente ante ellos, experimentándolos con voluntad y dejándolos volar (Mindfulness).
Aprender a identificar, comprender, desafiar y distanciarnos de nuestros pensamientos y emociones negativas e incapacitantes, reconociéndolos como eventos mentales pasajeros y no como hechos absolutos sobre nosotros, debilitándolos y creando con perspectiva un espacio significativo para pensamientos más vitales, realistas y compasivos (Defusión).
Reconocer, comprender y aceptar todas las experiencias, tanto las positivas como las negativas, como parte inevitable, hasta naturales, de nuestra vida, especialmente las emociones difíciles como la tristeza, la culpa, la envidia, la autocrítica, la ira o la vergüenza, sin juzgarnos por sentirlas (Aceptación radical).
Identificar y actuar de acuerdo con nuestros verdaderos valores personales, aquellos principios que guían nuestra vida y nos dan dirección, dedicando tiempo a actividades que nos hagan sentir bien con nosotros mismos y que nos acerquen a nuestros propios objetivos (Valores).
Motivarnos a actuar de acuerdo con nuestros valores, caminando con nuestras competencias hacia nuestras metas, incluso sabiendo que existe la posibilidad de ser criticados, valorados y comparados por los demás. Tomaremos pasos concretos, acciones para conseguir progresivamente una vida más significativa y auténtica, con mayor flexibilidad psicológica para aumentar nuestra capacidad de adaptarnos a situaciones difíciles, lejos del foco del juicio y de lo que otros dicen o tienen (Acción comprometida).
Desarrollar la competencia de ser cada uno de nosotros compasivos con nosotros mismos. La autocompasión es clave para construir una autoestima auténtica. Implica ser amables y comprensivos con nosotros mismos, especialmente en los momentos difíciles y/o desafiantes.
Podemos aprender, poco a poco, a aceptar con bondad nuestros pensamientos negativos de miedo, de ira hacia personas de nuestro entorno (incluso destructivos), de inseguridad y vulnerabilidad; nuestros recuerdos de contextos de vergüenza, horribles, incluso traumáticos, de sentirnos en evidencia y ser castigados; nuestras dificultades, retos y desafíos que conllevan una evaluación, y perdonarnos amablemente por nuestros errores (que todos cometemos) y celebrar con alegría sincera y satisfacción nuestros progresos como base del rendimiento de nuestro desempeño.
La autocompasión nos permite vernos con ojos comprensivos y de afecto, aceptando nuestras imperfecciones (nada ni nadie es perfecto), limitaciones actuales y reconociendo nuestra humanidad compartida; no se basa en la comparación ni en el juicio.
No se trata de ser "mejor" que nadie, de tener mejores resultados que los demás, sino de aceptarnos con nuestro rendimiento con bondad y comprensión tal como somos con nuestra capacidad de aprender y crecer personal y profesionalmente. No somos seres especiales, ni superiores, ni inferiores, sino parte integral de una humanidad con la que estamos irremediablemente conectados.
Esta conexión nos permite desarrollar una actitud de amabilidad y aceptación hacia nosotros mismos, y hacia los demás sin compararnos ni caer en la autocrítica y también sin comparar, criticar y juzgar a los que tenemos enfrente. En la vida de los demás también hay luchas y desafíos con sus éxitos y fracasos que en ningún caso no nos limitan nuestro crecimiento, ni nuestra libertad para vivir nuestra vida.
La autocompasión nos ofrece una estabilidad emocional más robusta que la autoestima. No depende de la aprobación externa ni de la autoevaluación constante con promedios o normas. Es un faro interno que nos ilumina en los momentos que todos tenemos de dificultad y dolor en el mundo real. Nos permite ser auténticos y vivir sin máscaras, generando una mayor confianza en nosotros mismos y un mayor sentido con la vida.
José Javier