Mi familia no es/no ha sido/no será perfecta

Si alguna vez soñaste con la familia ideal, donde los padres son impecables e infalibles, y sus hijos crecen en un equilibrio perfecto de bienestar, independencia y fuerza, permíteme decirte que esa imagen es solo una ilusión. 

La realidad es que la familia perfecta es un contexto que no existe, como tampoco existe un ser humano perfecto (todos tenemos nuestros monstruos, aunque los ocultemos muy bien a los demás).

Incluso los padres democráticos, los más amorosos, dedicados, cuidadosos, ecuánimes, amables, tolerantes, responsables, atentos, que respetan las opiniones y  las diferencias, pueden tener miedo, cometer errores, mantener discusiones, sentirse inseguros,... en algún momento.

Sin querer, sin ser conscientes en sus interrelaciones tanto formales como informales, en su "educación", pueden influir en sus hijos con enseñanzas que contienen creencias y reglas limitantes e inútiles sobre sí mismos. Los hijos aprenden, en consecuencia, patrones sobre lo que pueden ser y hacer en la vida, y cómo estar correctamente en la sociedad, en la relación con los demás, lo que les puede conducir a una autoestima contingente y dependiente.

Lo que realmente importa es el amor, la comunicación, la comprensión, la validación, el apoyo y el respeto. Con estos ingredientes, podemos construir familias imperfectas pero llenas de vida y significado, donde la autoestima genuina, no dependiente de los demás, al menos no desaparezca. 

No solo son los padres quienes influyen en la imagen y en las historias vitales que cada uno (de modo diferente, incluso con nuestros hermanos) aprendemos, construimos, de nosotros mismos. También aprendemos durante la infancia y adolescencia en nuestras relaciones con familiares (tíos, abuelos, primos...), profesores, amigos y compañeros. 

Todos contribuyen a una narrativa selectiva, subjetiva, irracional y no real que nos la creemos como única y cierta. Una historia que nos contamos, a veces saboteándonos, que define, supuestamente, quiénes somos, limitándonos, encadenándonos y haciéndonos, en ocasiones, la vida más difícil y más alejada de lo que deseamos.

Nuestra autoestima dependiente se ha construido a base de nuestras historias personales, poco a poco desde que nacemos, desde que afrontamos salir de la comodidad, del confort, del cuerpo de nuestra mamá. 

Y estas historias, que son un repertorio de conductas que nuestra mente ha ido aprendiendo en distintos marcos relacionales, tienen sentido para nosotros, pero no son absolutamente reales. Nuestra memoria no es tan potente como para construir una única historia verdadera. 

Nuestra mente siempre nos las trae al presente, sobretodo ante un reto, un desafío, cuando salimos de nuestro sillón, y siempre están ahí supuestamente por una buena razón. Está claro que nos pueden causar (y nos causan en ocasiones) mucho daño, tristeza, inseguridad, rabia, culpa y desesperanza y pueden ser extremadamente autolimitantes, pero se desarrollaron en nuestra infancia por razones muy importantes: para ayudarnos a sobrevivir, a mantenernos seguros, protegidos y vivos en los contextos en los que a cada uno de nosotros "nos tocó por suerte" crecer.

Es por eso que a menudo resulta valioso para autopercibirnos, autocomprendernos, para sentirnos, para autoaceptarnos y ser amables con nosotros mismos, en nuestra esencia, volver a visitar nuestra infancia, preguntarnos por esas historias propias, nuestras, a su vez totalmente originales y a su vez compartidas por muchísimos seres humanos.

Revivir nuestras historias voluntariamente, siendo conscientes de nuestra limitada memoria, nos ayuda a entender mejor lo que está pasando ahora, por qué nuestra mente nos engaña al enviarnos de forma automática esos pensamientos. 

Sin este conocimiento de los orígenes de nuestras historias personales, de nuestras "historias del pasado", puede resultar extremadamente difícil tomar distancia, separarnos de ellas para vivir la vida real que queremos vivir verdaderamente, aquí, en el presente.

Nuestras historias, que nuestra mente a través de los pensamientos y sentimientos nos envía, a pesar de ser incompletas y fragmentadas, terminan pareciendo una verdad fundamental sobre nosotros mismos. Nos creemos nuestra historia percibida automáticamente y la identificamos con nosotros mismos, en lugar de percibirlas como una parte de lo que experimentamos y vivimos y de lo que nos transmitieron (incluso con la mejor voluntad de nuestros padres). Algo que realmente no queríamos ni pedimos, pero que "nos vino encima" y lo aprendimos selectivamente porque necesitábamos respuestas, necesitábamos argumentos para ayudarnos a sobrevivir.

Cada vez que nos sentíamos asustados, preocupados, amenazados, tristes, o solos, nos surgían preguntas, y nos preguntábamos por qué y necesitábamos consejos, enseñanzas, reglas, normas que nos dieran las respuestas. 

Y en muchos casos estas eran respuestas dolorosas, culpabilizadoras, críticas, quizás hasta crueles, pero al menos nos ayudaban a entender y dar sentido a lo que estaba sucediendo..., y todavía quizás, hoy en día siendo adultos, libres, independientes, responsables de nuestras acciones... lo hacen creándonos dificultades y problemas en nuestro desempeño cotidiano, invitándonos en ocasiones a la procrastinación.

Fundamentalmente, la mente a través de esas historias interesadas (parciales, y no del todo verdaderas) nos brinda algunos consejos sobre lo que podemos hacer para mejorar la situación desde una perspectiva de una valoración externa, de lo que los demás piensan, o esperan de nosotros para ser merecedores de su consideración, como lo hacíamos ante nuestra familia y en el colegio.

Esto, de adultos, sigue y sigue mientras intentamos desesperadamente dar sentido a experiencias confusas, dolorosas o traumatizantes. Después de toda una vida conviviendo con la autoestima dependiente de los demás, ni siquiera nos damos cuenta de que lo estamos haciendo; se vuelve automático y la mente, a través de nuestra autoestima, nos controla, mueve los hilos de nuestra vida en función de historias pasadas, que se reactualizan cada vez que salimos de nuestra zona de confort. Y el pasado no se puede cambiar, no depende de nosotros, no hace falta que estemos apegados a él para vivir nuestro día a día.

En nuestra vida adulta, nuestra autoestima dependiente aprendida en nuestra familia (compañeros, amigos, profesores...) actúa (y actuará, no la podemos eliminar) tanto si es alta o baja, estable o inestable, con tanta astucia que ni siquiera vemos cómo nos desvía y distorsiona la percepción real de la vida ante cosas buenas, valiosas, cumplidos y reconocimientos, nuevas oportunidades, logros, ayudas de otras personas, amabilidades, enseñanzas sinceras que nos ayudarían a crecer..., incluso no nos dejamos ayudar.

Nuestra autoestima dependiente aprendida es muy eficiente para llamar nuestra atención sobretodo cuando cometemos errores en nuestras vidas, o nos sentimos vulnerables, y ve continuamente amenazas en el futuro, mientras ignora todas las ocasiones en las que las cosas están progresando, han ido bien, nos quieren, nos ayudan, nos perdonan, nos aman; no nos deja ver la belleza de nuestro alrededor, ni dar gracias por lo que tenemos (siempre nos invita a lamentarnos por lo que creemos que necesitamos).

Aunque ahora nuestros padres no nos condicionan, ni nuestros familiares, ni nuestros amigos y profesores de nuestra infancia y adolescencia, nuestra autoestima dependiente del exterior siempre va a estar con nosotros y está especializada en convencernos y sumergirnos sobre los peores escenarios y cómo las cosas podrían en un futuro salir horrible y terriblemente mal, inundando nuestra relación con el mundo de dolor, preocupaciones, miedos, angustia, tristeza, desesperanza, ira, impulsividad, manipulación, invalidación, inseguridad…

En ocasiones nos puede mandar algunos pensamientos y sentimientos incómodos, no objetivamente reales que si no los aceptamos y a su vez desafiamos, "haciendo", actuando desde la realidad que respiramos, tocamos, vemos… sentimos, desde nuestros valores, desde nuestra autoestima genuina, autocompasiva, desde lo que verdaderamente anhelamos, nos pueden limitar e incapacitar para la vida que deseamos vivir. 

"Siempre me toca lo peor": "Las desgracias me persiguen como una sombra", "Parece que la mala suerte conspira contra mí".

"Soy un imán para la desgracia": "Las cosas buenas solo les pasan a otros", "Yo no estoy destinado a la felicidad".

"Las felicitaciones son solo máscaras de interés": "Nadie me aprecia de verdad, solo buscan algo a cambio", "Las palabras bonitas esconden intenciones ocultas".

"Mi compañía solo genera lástima": "Soy una carga para los demás", "Nadie disfruta realmente de mi presencia", "Es mejor que me aleje de los demás, no quiero que me vean", "No tengo nada que ofrecer a nadie", "Solo me voy a hacer daño a mí mismo y a los demás".

"Mi ser interior es un monstruo": "Si me conocieran como realmente soy, me rechazarían", "Escondo mi verdadero yo por miedo a ser juzgado", "Todo lo malo que pasa es culpa mía", “No soy suficiente para los demás", "Soy una carga para todos".

"Convierto todo en un desastre": "No tengo talento para nada", "Mis manos son torpes y todo lo arruino", “Soy un desastre", "No valgo para nada", "Soy un idiota, siempre cometo errores", "No puedo hacer nada bien".

"La vida me tiene condenado al fracaso": "Soy incapaz de tener éxito", "No importa lo que haga, siempre fracasaré", "Tengo miedo de intentarlo, porque sé que voy a fallar", "Si me equivoco, todos se reirán de mí", "Un error me define como persona".

"Soy invisible para el amor": "Nadie se fijará nunca en mí", "No merezco ser amado", "soy feo, nunca me mirarán"

"Soy un fraude a punto de ser descubierto": "En cualquier momento se darán cuenta de que no soy tan bueno como creen", "Mi éxito es una farsa", "Todos son mejores que yo", "No tengo nada que destacar", "Esa persona es más inteligente, más atractiva, más exitosa que yo", "Nunca seré tan bueno como ellos".

"No tengo nada que ofrecer al mundo": "Soy insignificante y no tengo valor", "Mi vida no tiene sentido","No hay nada que yo pueda hacer para mejorar mi vida", "El futuro solo me depara desgracias", "No tengo esperanza de ser feliz", "El mundo es un lugar hostil y peligroso", "Las personas son malas y solo quieren aprovecharse de mí", "No hay nada bueno en la vida", "Tengo miedo de lo que me depara el futuro", "Sé que voy a fracasar en todo lo que haga", "La vida solo me va a traer dolor y sufrimiento".

Cuando nuestra autoestima está "baja", nuestra mente quiere que vivamos en ella, nos intenta definir y determinar, como cuando éramos niños y dependientes de nuestra familia, de nuestros maestros, de nuestros amigos…, y nos deja sin voluntad para actuar, sin libertad, sin autenticidad, sin integridad, sin dejarnos adaptarnos a cualquier situación.

Nuestro bienestar con pensamientos de autoestima dependiente baja o alta, depende de nosotros, nunca de las circunstancias o personas externas, no podemos ampararnos en nuestra inmadurez propia de la infancia y adolescencia, ni culpabilizar a nuestra familia, a nuestros compañeros, nuestros profesores, todos imperfectos y dejar de vivir la vida que deseamos vivir.

Y si nuestra mente ha construido nuestras historias sobre todo en base a una autoestima "alta", cuando nos relacionemos con nuestra familia, con nuestros amigos, compañeros, con nuestro entorno, nos podrá enviar algunos pensamientos  y sentimientos no reales, que si no somos conscientes y no los desactivamos podrán limitar nuestra vida -al no vivirla conforme a nuestros verdaderos valores- y la de los que nos rodean.

“Yo soy el centro del universo”:  "Todos giran a mi alrededor", "Mi bienestar es lo único que importa", "No tengo que dar gracias cuando es mi derecho".

"La adulación es mi oxígeno": "Necesito que me admiren constantemente, tienen que admirarme", "Las críticas que me hacen son un ataque personal".

"Mi talento es incomparable": "Soy superior a los demás", "Nadie puede alcanzar mi nivel".

"Las reglas no se aplican a mí": "Estoy por encima de las normas cuando lo necesito", "Mi excepcionalidad me permite romperlas y cambiar de opinión sin justificación".

"La verdad se adapta a mis necesidades": "Puedo moldear la realidad a mi antojo", "La verdad es irrelevante si no me beneficia, tiene muchas caras".

"Las personas son herramientas a mi disposición": "Puedo usar a los demás para lograr mis objetivos", "Las emociones de los demás son irrelevantes para mis intereses".

"El éxito es mi derecho inalienable": "Merezco todo lo bueno con y sin esfuerzo", "El fracaso es una afrenta a mi grandeza".

"Mi belleza exterior y/o interior es irresistible": "Todos sucumben a mi encanto", "Soy un imán para la admiración".

"Mi inteligencia es insuperable": "Nadie puede competir con mi mente brillante, domino todos los temas", "Mis ideas son siempre las mejores, soy el centro y siento cátedra en cualquier reunión".

"Mi carisma es legendario": "Encandila a todos con mi presencia, todos quieren escucharme", "Soy el alma de la fiesta".

"Jamás me equivoco": “Cualquier error es culpa de otros, las circunstancias o la mala suerte”.

"Las críticas son envidia": “Las personas que señalan mis errores solo buscan menoscabar mi éxito”.

"Mi impecable imagen no se mancha": “Admito errores solo cuando no hay otra opción, minimizándolos o distorsionando la realidad”.

"Solo me rodeo de lo mejor": “No tengo tiempo para personas que no me aportan admiración o beneficios”.

"Las conversaciones banales me aburren": “Solo participo en diálogos que me hagan sentir superior o intelectualmente estimulado”.

"Los inferiores no merecen mi atención": Ignoro a quienes considero menos inteligentes, talentosos o exitosos que yo.

"Soy un juez infalible": “Constantemente critico la apariencia, las decisiones y la vida de los demás”.

"Mi superioridad es evidente": “Compararme con los demás me hace sentir más grande y poderoso”.

"Desprecio la mediocridad": “No tengo reparos en expresar mi desdén por las personas que no alcanzan mis estándares”.

"Las palabras son armas poderosas": “Utilizo rumores, mentiras (medias verdades), opiniones y hechos tergiversados y el silencio para manipular la percepción de los demás” , “Muevo los hilos de la información para controlar a las personas y obtener lo que deseo”.

"La humillación es un arma efectiva": “Destruyo la reputación de mis enemigos con información falsa o tergiversada."

La autoaceptación nos invita a desafiar esa narrativa aprendida e impuesta, y a reconocer que somos estupendos con nuestra humanidad con sus luces y sombras. Aceptar que la familia, los amigos, los profesores perfectos no existen, nos libera de una presión innecesaria y nos abre las puertas a la compasión, y al perdón y nos dota de responsabilidad para el cambio. 

La autocompasión nos permite abrazar nuestros errores como nuestra riqueza y parte natural del aprendizaje, perdonándonos, dándonos ánimo, apoyándonos, sin flagelarnos por ellos, siendo nuestro mejor entrenador. Nos permite enfocarnos en construir relaciones sanas y positivas, basadas la comprensión. En este camino, aprenderemos a aceptarnos y valorarnos tal y como somos, sin importar las expectativas de los demás. 

La familia es un espacio de aprendizaje y crecimiento, donde todos somos vulnerables y cometemos errores. Aceptando esta realidad, podemos construir relaciones más auténticas y enriquecedoras, convirtiendo nuestra familia en un trampolín hacia la autoaceptación y la autocompasión, un espacio de apoyo y desarrollo personal.

Los errores son inevitables, pero no tienen por qué definirnos negativamente. Somos únicos,  mucho más que las opiniones de los demás, y está en nuestras manos creer en nuestro propio potencial. Podemos desafiar las creencias limitantes que heredamos de nuestra familia y nuestro entorno próximo en la infancia y adolescencia y construir día a día una vida adulta  basada en nuestros valores, desentrañando las trampas del lenguaje de nuestra mente, que nos mantienen atrapados en la narrativa familiar y social.

Además si nos rodearnos de personas que nos comprendan, nos apoyen y nos acepten tal como somos, con las que tengamos confianza e intimidad, podemos flexibilizar nuestra mente y crear, en este momento, un entorno propicio para nuestro crecimiento y desarrollo personal.

José Javier