El maratón de nuestra vida
¿Sientes el cosquilleo de un sueño en tu interior, y la duda que te susurra es que no eres suficiente? En la vida transitamos en un continuo de deseos, sueños, retos y desafíos, como en una maratón.
Participar en una carrera, en una maratón, es más que un simple evento deportivo; es un desafío, un reto, un sueño para vivir. Es una historia sobre la conquista de un objetivo vital a través de nuestro esfuerzo, la aceptación de nuestras fortalezas y debilidades, y la conexión con nuestro yo más valioso: aquel que siempre está presente, observando el transcurrir de nuestra vida desde nuestra infancia hasta cada paso de la carrera.
Correr una maratón como corredor amateur, como cualquier otro en nuestra vida, es más que una simple carrera; a lo largo de todas las horas de disfrute y dolor, puede llegar a ser es una lección de vida que nos lleva a explorar los rincones más profundos de nuestra mente y espíritu.
Cada entrenamiento, cada kilómetro recorrido, es parte de un viaje interior que nos lleva a descubrir nuevas dimensiones de nosotros mismos. En cada zancada, confrontamos nuestros límites y nos desafiamos a superarlos. Aceptamos el dolor y la fatiga como compañeros de ruta, sabiendo que son parte integral del proceso de crecimiento y superación.
Desde el momento en que decidimos participar en la carrera, nos comprometemos durante al menos tres meses con un objetivo claro y nos sumergimos en un proceso de crecimiento personal y autodescubrimiento, donde no tiene cabida la procrastinación.
Cuidamos nuestro cuerpo mediante la alimentación, el ejercicio, la meditación y el descanso para rendir al máximo en la maratón y disfrutar de una vida saludable. Encontramos un balance entre el entrenamiento, la vida familiar, el trabajo y el ocio para cuidarnos nuestra salud física y mental. Establecemos metas progresivamente desafiantes y nos esforzamos día tras día para alcanzarlas, enfrentando los desafíos con voluntad y perseverancia.
Una maratón es una carrera épica de fondo, como todos los desafíos de nuestra vida, que nos requiere paciencia, dedicación, esfuerzo constante, establecer una rutina, autodisciplina, adaptarnos a distintas situaciones, superar progresivamente barreras y límites, disfrutar del camino y del aprendizaje y determinación.
Compartimos en la salida con cientos o miles de personas conocidas y desconocidas cada una con su propia historia y motivación y con un mismo objetivo: desafiar nuestros límites, salir de la zona de confort. Algunos son rápidos y experimentados, otros somos lentos y principiantes. Pero todos compartimos la misma ilusión: cruzar la meta.
Es un buen momento para aceptar nuestra realidad, aceptar nuestras emociones y pensamientos, incluso aquellos difíciles como la ansiedad, sin intentar cambiarlos o evitarlos, dándoles el significado de ser una parte natural de nuestra experiencia humana. En ese momento, nos conectamos con una fuerza interior, con nuestra autoestima genuina, no dependiente de los demás, que nos impulsa hacia adelante, más allá de nuestras dudas y temores.
Los pensamientos son solo palabras, y en los distintos momentos de la carrera podremos experimentar que es posible reducir su poder sobre nosotros. En la línea de salida, las preocupaciones, los nervios,… los síntomas del estrés nos invaden.
Y desde el acompañamiento de todos los corredores que nos rodean y desde nuestra soledad, abrazamos nuestra inseguridad, nuestra vulnerabilidad, nuestra propia incertidumbre. No hay marcha atrás, damos la mano a "nuestros monstruos" y esperamos la cuenta a tras y el pistoletazo de salida.
Es una estupenda oportunidad para aprender a desapegarnos del lenguaje de nuestra mente, a desengancharnos de nuestros pensamientos rumiativos que nos juzgan o critican. Al observarlos como simples eventos mentales, sin darles valor de verdad absoluta en el momento presente, cuando estamos saltando, brincando, haciendo sentadillas, flexionando, dando el último trago de agua, despidiéndonos de nuestros acompañantes, posando en la última foto, recolectándonos la camiseta…, podemos estar presentes, en mindfulness, reduciendo su impacto en nuestro bienestar.
Identificamos nuestros valores personales y a la maratón como una acción comprometida en base a ellos, independientemente de la aprobación o el rechazo de los demás. Esta congruencia entre nuestras acciones y valores fortalece nuestra autoestima genuina. No existe un camino único para terminar la maratón, cada uno tenemos nuestro objetivo, cada corredor ha seguido el suyo, con sus circunstancias. Aceptar el nuestro como exclusivo nos permite tener confianza en nosotros mismos.
Nos comparamos con los demás que tenemos a nuestro lado, cómo van vestidos, sus camisetas, sus calcetines, sus pantalones , sus zapatillas… Observamos con curiosidad cómo calientan, sus rituales y nuestra mente construye historias sobre ellos, ¿más fuertes, más veloces? La duda nos susurra en nuestro oído: "¿Y si no lo logras?". Pero en ese momento, recordamos que no se trata de compararnos con los demás, sino con nosotros mismos, con autocompasión.
Nuestro entrenamiento ha sido único, como también lo será nuestro ritmo. Nuestro camino hasta el momento de la salida ha sido personal, como lo serán nuestras elecciones durante la carrera.
Durante la carrera, experimentamos una profunda sensación de presencia y conexión con el momento presente. Nos sumergimos en el ritmo de nuestra respiración, en el sonido de nuestros pasos y en la vista del camino que se extiende ante nosotros. Nos sentimos vivos, en sintonía con nuestro cuerpo y nuestra mente.
Nosotros decidimos el modo de disfrutar del paisaje a lo largo de las muchas horas de la carrera, aprendiendo de cada paso y enfocándonos siempre en cruzar la meta. No nos comparamos con nadie, y nos enfócamos en nuestra propia carrera donde la llegada nos espera con los brazos abiertos.
En muchos momentos de la carrera observamos nuestros pensamientos que van y vienen, sin juzgarlos, sin distraernos de nuestro objetivo, como nubes que pasan por el cielo. Aceptamos las emociones y sentimientos que nos acompañan, sin intentar cambiarlos ni reprimirlos.
Nos conectamos con nuestro yo observador, el que tiene toda la perspectiva, el testigo de nuestra experiencia actual, de cada paso, que nos mira desde el cielo y el que nos acompañó nuestras experiencias pasadas, en cada uno de nuestros entrenamientos, sin juicios, sin comparaciones.
Nuestro yo observador que siempre está en el cielo nos enseña a distanciarnos de nuestros pensamientos y emociones, observándolos como objetos mentales que pasan. Esto nos permite en cada kilómetro flexibilizar y dejar de ser controlados por ellos y tomar decisiones más racionales en cada momento presente, que inmediatamente será pasado.
La carrera no siempre es fácil. Hay momentos de euforia en el pistoletazo de salida, pero después, poco a poco, cuando pasan 10 km. y pensamos lo que queda para llegar a nuestro objetivo, nos llega el cansancio, el dolor, la incomodidad física y nuestra mente nos inunda con pensamientos, sentimientos y emociones, y surgen las ganas de rendirse y abandonar.
Y en esos momentos, tenemos que reconocer nuestro proceso, y recordar nuestra fuerza interior y actuar con compasión hacia nosotros mismos, hablándonos con palabras amables y comprensivas, validando nuestro esfuerzo, independientemente del resultado.
No importa si no somos los más rápidos, ni los más fuertes, ni si nos quedamos solos. Lo que importa es nuestra fuerza de voluntad y nuestra motivación; que sigamos adelante, con paso firme y constante. Cada paso nos acerca a la meta, a la conquista de nuestro sueño, sin importarnos los corredores que nos pasan.
Cada paso nos hace vivir en el presente y no sirve de nada rumiar el pasado, pensar en lo que podríamos haber hecho, ni anticipar el futuro.
A lo largo del camino, nos encontramos con numerosos obstáculos: la fatiga, el dolor, las dudas y los momentos de debilidad. Sin embargo, cada kilómetro es un desafío que nos brinda una oportunidad para crecer y aprender.
Celebramos cada kilómetro como un logro, cada vez más satisfactorio, sobretodo a partir de los 30.
Miramos hacia atrás para avanzar. Parar, caminar, bajar el ritmo, bajar las pulsaciones, no significa rendirse, sino tomar perspectiva. Observar nuestro camino recorrido nos permite apreciar nuestro progreso. Aunque a veces el camino nos parece imperceptible, al mirar atrás podemos ver lo lejos que hemos llegado.
Identificar los obstáculos que hemos tenido, y reconocer los desafíos que hemos superado nos ayuda a enfrentarnos a los que se avecinan con mayor fuerza y sabiduría.
Aprendemos a tolerar la incomodidad física y emocional, a regular nuestras emociones y a mantenernos enfocados en el momento presente a través de prácticas como el mindfulness y la respiración rítmica y consciente.
Y con el transcurrir de los kilómetros podemos reconocer errores y aciertos en la preparación, en los entrenamientos y descansos, en la alimentación, en ejercicios de fuerza de más o de menos, en el calzado o vestimenta elegidos… Las rozaduras nos acecharán a lo largo del camino a pesar de la vaselina y dejarán marcas en nuestro cuerpo en zonas insospechadas.
Mientras vamos haciendo kilómetros, mirando al frente aceptamos las rozaduras como parte de nuestro proceso, como señales de que estamos luchando por lo que queremos. Ya terminaremos y cuidaremos con compasión y cariño de nosotros mismos, atendiendo a nuestras heridas y aprendiendo con satisfacción a sanar.
La autocompasión se convierte en nuestro aliado más fiel, permitiéndonos tratarnos con amabilidad y comprensión en cada paso, en cada kilómetro, en cada pendiente, cuando el viento nos sopla de cara. Reconocemos nuestras fortalezas y debilidades sin juzgarnos duramente por nuestros errores o limitaciones, y aprendemos a cultivar una actitud compasiva hacia nosotros mismos y hacia los demás.
No hay mejor aprendizaje que el que surge de nuestra experiencia. Analizar nuestros aciertos y sobretodo nuestros errores, nuestros fracasos nos permite seguir avanzando con pasos firmes y convertirlos con constancia, voluntad, perseverancia, paciencia en oportunidades de crecimiento.
A medida que nos acercamos a la línea de meta, experimentamos la gratificación de lograr algo significativo a través del trabajo duro y la determinación. Sentimos una oleada de emoción y gratitud. Un viaje que solo nosotros, sin pensar ni compararnos en los demás, en sus críticas, en sus comparaciones, hemos recorrido, con nuestro propio ritmo y nuestra propia determinación, no importa si nos hemos caido o parado, lo importante es que nos hemos levantado y hemos seguido adelante.
Nos hemos conectado con una comunidad de corredores que comparten nuestra pasión y nos apoyan en nuestro viaje. A lo largo del desafío hemos podido encontrar compañerismo, solidaridad y aliento mutuo mientras compartimos experiencias y superamos obstáculos juntos.
Cruzar esa línea exhausto, sin fuerzas, dolorido, con ampollas, con rozaduras, sediento, hambriento... no solo representa el final de una carrera, sino el comienzo de un nuevo capítulo en nuestro viaje personal de autodescubrimiento y crecimiento.
Nos damos cuenta de todo lo que hemos superado para llegar hasta aquí y nos sentimos llenos de orgullo por nuestro logro. En ese momento, nos convertimos en protagonistas de nuestra propia historia, una historia de determinación, coraje y perseverancia.
Y al cruzar la línea de meta, después de un largo recorrido, con los ánimos y el apoyo del público, al superar el desafío, al alcanzar nuestro sueño, sabemos que esta no es solo una victoria deportiva, sino una victoria personal. Es la culminación de un viaje emocionante y transformador, que nos ha llevado a descubrir nuestra fuerza interior y nuestro potencial. Es una historia de progreso que llevaremos con nosotros para siempre.
Y en ese momento comprendemos que no solo hemos conquistado una carrera física, sino también nos hemos demostrado que somos capaz de lograr los objetivos que nos proponemos si verdaderamente tienen valor para nosotros.
Alcanzar, superar, un desafío, un reto significativo, consonante con nuestros valores, como puede ser correr una maratón como corredor amateur, nos enseña sobre la importancia de establecer metas, perseverar a pesar de los fracasos, las dificultades, el dolor, el estrés... y tratarnos con amabilidad y compasión a lo largo del camino, sin necesidad de mirar y depender de las supuestas valoraciones, comparaciones y juicios de los demás.
Vivir conforme a objetivos, con acciones comprometidas en línea con nuestros valores es una experiencia transformadora que nos fortalece física, mental y emocionalmente, y nos inspira a vivir nuestras vidas con pasión, determinación y propósito. Un viaje, nuestro viaje, lleno de desafíos, pero también de oportunidades para crecer y superarnos. La maratón de nuestra vida es una carrera de resistencia, una prueba de nuestro temple y tu capacidad para superar los obstáculos. Aprendemos a confiar en la fuerza que llevamos dentro, en la sabiduría que hemos adquirido a lo largo del camino.
Y al terminar tenemos nuestra medalla. Hemos sido capaces de vivir la vida que deseábamos vivir, recorriendo y disfrutando 42,195 km.
José Javier