La comparación social, ¿es una realidad que nos define?
La comparación social y la autoestima (dependiente o independiente) son dos conceptos que se interconectan. Si bien son distintos, se influyen mutuamente y tienen un impacto significativo en nuestro bienestar.
La comparación social, es una tendencia natural a evaluarnos en relación con los demás, es un fenómeno complejo que impacta nuestro autoconcepto y valía personal. Es una parte inevitable de nuestra búsqueda de significado y pertenencia en los contextos con los que nos relacionamos desde que nacemos.
Los seres humanos, libres y responsables, nos comparamos con otros para encontrar nuestro lugar en el mundo y validar nuestra identidad. Evaluamos nuestras opiniones y capacidades al compararnos con otros para reducir la incertidumbre y cumplir con nuestra necesidad humana de autoevaluación.
Tendemos a compararnos con aquellos que son similares a nosotros en capacidades y opiniones, ya que esto nos proporciona una base de referencia más sólida en situaciones de incertidumbre
La comparación social puede ocurrir de manera consciente o inconsciente y siempre influye, con distinta intensidad en cada persona, en nuestra percepción de nosotros mismos y en nuestro comportamiento.
La comparación social conforme crecemos, se centra en evaluarnos en relación con los demás, empezando en la familia y en el colegio, con nuestras habilidades, fortalezas, debilidades, rasgos personales, logros, errores, fracasos, aciertos, contextos... y progresivamente nos comparamos con los demás en términos de logros en educación, posición social, salud, belleza, atributos físicos, tenencias materiales, carreras profesionales, logros de hijos... mientras que la autoestima es un progresivo aprendizaje que se refiere a la valoración global que tenemos de nosotros mismos.
La comparación social surge de la necesaria interacción social para sobrevivir, mientras que la autoestima se forma a partir de nuestros aprendizajes en experiencias y la consecuente construcción de creencias, en funcion de las validaciones de nuestro contexto más próximo.
Cada uno de nosotros nos vemos y nos juzgamos a nosotros mismos por los medios que nos proporcionan otras personas, empezando por nuestra familia, nuestra cultura, nuestros amigos y nuestros profesores.
Si el foco está principalmente en el apoyo íntimo en nosotros, en el acompañamiento en nuestro crecimiento, en nuestra progresión, en nuestros valores y objetivos, en nuestra autocompasión, en nuestra persona como ser humano con nuestras fortalezas y debilidades, nuestra autoaceptación y autovalidación, tendremos una menor dependencia de los demás. De este modo la comparación potenciará una autoestima independiente de las críticas y juicios de los demás, del ¡qué diran! y será una oportunidad y una motivación para aprender y mejorar.
Si los medios nos enfocan hacia una validación externa, nos encontramos con una dependencia hacia que creemos y nos imaginamos que creen o piensan los demás, tanto conocidos como desconocidos y nuestra autoestima es entonces principalmente dependiente y contingente, una barrera para nuestro crecimiento.
Así la comparación social afecta a nuestro autoconcepto, a nuestro yo dependiendo de cómo la interpretemos y la usemos. La comparación social tiene dos caras: nos puede motivar para mejorar, pero también nos puede potenciar en determinados contextos actitudes críticas, sesgadas, excesivamente competitivas o de superioridad.
La comparación social puede ser una herramienta poderosa para nuestro crecimiento personal, siempre que la usemos de manera saludable. Al enfocarnos en nuestras propias metas, reconocer nuestras fortalezas y aprender de los demás, podemos convertir la comparación social en una oportunidad para mejorar nuestras vidas.
Puede ser una fuente de motivación para mejorar nuestras habilidades, logros y cualidades. Al ver lo que otros han logrado, podemos inspirarnos para alcanzar nuestras propias metas. Observar a otros puede enseñarnos nuevas estrategias y formas de pensar. Compararnos con otros puede ayudarnos a identificar nuestras áreas de mejora y desarrollar un plan para alcanzar nuestro máximo potencial. Al hacerlo, podemos obtener una mejor idea de lo que es realista lograr en un período de tiempo determinado, lo que nos ayuda a establecer metas desafiantes pero alcanzables.
En el caso de que nuestras comparaciones con los demás tengan como referencia las críticas, los juicios (reales o imaginarios), se convierten en un barrera en nuestra relación con los demás ya que nuestra autoestima depende sobretodo de la validación de otras personas.
Esta barrera se manifiesta al relacionarnos, al tomar contacto (en la vida real) con otras personas: nos preocupamos, nos sentimos vulnerables, con vergüenza, tartamudeamos, se nos nublan las ideas y decimos lo que no queríamos decir, la sangre nos invade el rostro, mentimos para salvar la situación, descalificamos con ira e impulsividad, nos supervaloramos...
Interactuamos con nuestra historia de autoestima dependiente rara vez en silencio, a solas o en la privacidad de nuestros hogares. Cuando consideramos si somos adecuados o suficientemente buenos, comparamos nuestra idoneidad y valor con los de quienes nos rodean, empezando por la familia, amigos, compañeros....
Aquellos de nosotros que tenemos monstruos de autoestima dependiente, estamos muy acostumbrados en este juego de la comparación y rara vez terminamos la comparación sintiéndonos bien con nosotros mismos, tanto si nuestras comparaciones son hacia arriba o hacia abajo.
La comparación social es una realidad inevitable, pero no tiene por qué definirnos. Si aprendemos desde pequeños a tomar conciencia de los mecanismos de la comparación y desarrollarmos una autoestima sana, independiente, genuina, podemos liberarnos de su influencia negativa y construir una vida plena, en la que nos comprometemos a estar sincera y amablemente agradecidos por ser humanos, por vivir, por anhelar, por desear, por ver, por tocar, por oler, por movernos... Y debilitar creencias y reglas aprendidas que nos inducen a necesitar siempre lo que nosotros "no tenemos y otros tienen" tanto en nuestro entorno próximo como en las redes sociales con sus imágenes y mensajes perfectos de su familia, trabajo, ocio,...
Los demás son muy importantes para nosotros porque el potencial del amor, la aceptación y la conexión de la tribu, con otras personas, es increíblemente gratificante y significativo.
Anhelamos la conexión humana pero en ocasiones nos sentimos repelidos por el dolor que causa el contacto con otras personas, tanto conocidas como desconocidas. Si hemos "aprendido" a interpretar (inventando relatos causales) gestos, movimientos palabras, acciones,... significa que nuestra historia de estar rodeado de otras personas ha sido y es dolorosa y difícil.
Como cualquiera que haya experimentado dolor al tener que afrontar la relación con los demás en alguna ocasión, nos ponemos en alerta. Nuestro cuerpo y nuestra mente ante las señales de amenaza a nuestra integridad, en determinados contextos desencadenantes (no en todos) que nos recuerdan viejas historias cuando nos lastimaron en el pasado, sobretodo en nuestra infancia y adolescencia, en nuestra familia, en la escuela, en las actividades extraescolares,... se defiende.
Como resultado, al estar delante de otras personas físicamente, o mentalmente recordando o proyectando lo que pasará en un futuro próximo, o mirando las redes, nuestro cuerpo y nuestra mente se ponen en modo comparación/juicio y nos quedamos atrapados en nuestra inseguridad y vulnerabilidad.
La experiencia de cada persona es única, y lo que puede ser una situación difícil para una persona puede no serlo para otra. Las situaciones que nos confrontan con nuestra necesidad de aprobación pueden generar un malestar considerable.
Pedir un favor a alguien, por ejemplo, puede despertar el miedo al rechazo o la sensación de estar en deuda. Sentimos que nuestra autoestima depende de la respuesta del otro, y la incertidumbre nos genera estrés.
Ser valorados o criticados por alguien, especialmente si se trata de una figura importante para nosotros, puede ser una experiencia incómoda. La mirada del otro lo convierte en un juez implacable, y tememos no estar a la altura de sus expectativas. Sentimos que nuestra valía está siendo puesta en duda, y esto puede afectar a nuestra confianza en nosotros mismos.
Realizar una prueba pública, incluso si se hace de forma anónima (si sabemos que el resultado será público), nos expone al juicio de los demás. El miedo al fracaso se apodera de nosotros, y la presión puede ser tan grande que incluso podemos llegar a bloquearnos. Sentimos que estamos siendo evaluados, y esto nos genera una gran incomodidad.
Ayudar a reconducir la conducta de otra persona mostrándole nuestro enfado o enojo puede ser una tarea incómoda, especialmente si se trata de alguien cercano a nosotros. Tememos herir sus sentimientos o que no tome bien nuestras críticas y perdamos su apego y cariño. Sentimos que estamos interfiriendo en su vida y no lo va a aceptar, y esto nos genera una sensación de responsabilidad.
Decir "no" a una petición contraria a lo que nosotros pensamos que es correcto, o algo que extralimita la confianza con nosotros, o algo que nos perjudica, nos puede generar sentimientos de culpa o de incomodidad por no complacer al otro. Sentimos que estamos decepcionando a la persona que nos lo pide, y esto nos genera una carga emocional. Y al contrario, cuando debemos decir sí y a pesar de nuestro criterio en dirección impuesta, nos genera una sensación de insuficiencia como persona, nos empequeñece y nos sentimos hundidos por nuestra cobardía.
Saber que nuestro comportamiento será valorado, interpretado o confrontado tanto por nuestros familiares, amigos, colegas o jefes, nos pone en una posición de alerta y autocrítica. Nos convertimos en nuestros propios jueces, y anticipamos las críticas de los demás. Sentimos que estamos siendo observados, y esto nos genera una gran tensión.
Las situaciones de conflicto, como cuando alguien se enfada con nosotros o nos pide una opinión sobre algo delicado, íntimo, de dominio social, pueden ser fuente de gran malestar. Sentimos que la relación con la otra persona está en peligro, y esto nos genera una gran inquietud.
Expresar nuestra vulnerabilidad, ya sea al compartir una intimidad o al expresar nuestros sentimientos, nos expone al rechazo y a la incomprensión. Sentimos que estamos bajando la guardia, y esto nos genera una gran inseguridad.
Recibir un elogio o premio puede ser motivo de orgullo, pero también puede generar incomodidad por la atención que recibimos o por el miedo a no estar a la altura de las expectativas. Sentimos que estamos siendo el centro de atención, y esto nos genera una gran vergüenza.
Y también, cuando alguien inesperado se dirige a nosotros para contarnos una intimidad, o incluso algo superficial, podemos sentirnos incómodos. Sentimos que estamos siendo invadidos, y esto nos genera una gran invasión a nuestra privacidad.
Estar rodeados de personas que consideramos "muy buenas" por su inteligencia, talento, físico, competencia... puede hacernos sentir inferiores o inseguros. Sentimos que no estamos a la altura, y esto nos genera una gran frustración.
Compararnos con los demás, ser juzgados por nuestros errores o no cumplir con las expectativas son otras situaciones que pueden generar malestar. Sentimos que no somos lo suficientemente buenos, y esto nos genera una gran desconfianza en nosotros mismos.
Los sentimientos de soledad o aislamiento y el miedo al fracaso o al rechazo también son emociones que nos acompañan en la vida. Sentimos que estamos solos en el mundo, y esto nos genera una gran tristeza.
En presencia de aquellos que despiertan nuestras inseguridades, la autoestima dependiente se activa como un resorte. Inmediatamente, nuestra mente se lanza a una comparación desfavorable con la otra persona. Sin embargo, esta comparación no se realiza de forma justa ni objetiva. La mente, condicionada por viejas creencias sobre nosotros mismos, se enfoca en resaltar nuestras debilidades y magnificar las fortalezas del otro. Como resultado, la comparación nos conduce a un juicio negativo sobre nosotros mismos. Sentimos que somos defectuosos, inferiores, inútiles o débiles en comparación con la otra persona.
Cuando la autoestima dependiente toma las riendas, la retirada se convierte en un mecanismo de defensa y buscamos silenciar la voz interna crítica y protegernos del dolor emocional. Sin embargo, esta estrategia, si bien puede ofrecer un alivio temporal, a largo plazo tiene un alto precio en nuestro bienestar y desarrollo personal.
Cada persona tiene diferentes formas de la retirada. A veces tenemos una autocrítica despiadada. Nos convertimos en nuestros propios jueces más severos, enfocándonos en nuestras debilidades y errores hasta convertirlos en montañas infranqueables. La comparación con otros se vuelve un arma que nos flagela constantemente, socavando nuestra confianza en nosotros mismos.
En otras ocasiones idealizamos a los demás. Elevamos a las personas con las que nos comparamos a un pedestal, exagerando sus virtudes y minimizando sus defectos. Esta visión distorsionada de la realidad nos aleja de la objetividad y nos hace sentir aún más inferiores.
También solemos abandonar "el campo de batalla". Ante la amenaza de la comparación, preferimos huir de la situación. Evitamos el contacto con la persona que nos hace sentir inseguros o cualquier escenario que nos recuerde nuestras "deficiencias".
Muchas veces mostramos sumisión a la voluntad ajena. Renunciamos a nuestros deseos y necesidades para complacer a los demás. El miedo a no ser lo suficientemente buenos nos lleva a ceder ante las demandas externas, incluso si estas van en contra de nuestro propio bienestar.
En otros casos anulamos nuestra propia voz. Silenciamos nuestras opiniones e ideas por temor al rechazo o la crítica. Nos convencemos de que nuestras perspectivas no son válidas o importantes, cediendo el control de la narrativa a los demás.
Incluso solemos reprimirnos emocionalmente. Enterramos, negamos, nuestras emociones negativas, como la tristeza, la ira o la frustración, bajo una capa de falsa positividad.
También podemos autoengañarnos. Nos convencemos de que estamos equivocados o que nuestra perspectiva no tiene valor. La duda se apodera de nosotros, debilitando nuestra capacidad de discernimiento y haciéndonos más vulnerables a la manipulación.
Dejar para más adelante, procrastinar y evadirnos puede ser una retirada muy habitual. Posponemos o evitamos situaciones que nos ponen a prueba o nos confrontan con nuestras inseguridades. El miedo al fracaso o al juicio nos mantiene en una zona de confort que limita nuestro crecimiento.
Tanto reprimir nuestras emosciones nos puede llevar a una explosión emocional incontrolada. La acumulación de emociones reprimidas puede llevar a un estallido en el que ni siquiera nosotros nos reconocemos. La ira, la frustración o la tristeza se manifiestan de forma explosiva, dañando nuestras relaciones y nuestro propio bienestar.
Es habitual que cuando nos encontremos inseguros y con miedo a ser dañados utilicemos la mentira como escudo. Recurrimos a la mentira para protegernos del juicio o la crítica. Esta estrategia, si bien puede ofrecernos un escape temporal, erosiona la confianza en nosotros mismos y en nuestras relaciones.
Es importante comprender que la retirada no es una solución a largo plazo. Si bien puede silenciar temporalmente nuestra voz interna crítica, a la larga nos conduce a una vida llena de inseguridades, miedo y arrepentimiento.
Cuando la autoestima dependiente nos domina, la comparación no solo nos afecta a nosotros mismos. En un giro oscuro, podemos sentir la necesidad de derribar a la otra persona para sentirnos superiores. Esta actitud, tampoco es una solución, solo alimenta la toxicidad y nos aleja de la verdadera conexión humana.
En esta dirección solemos emplear una crítica despiadada. En momentos de desasosiego, ira y rabia, convertimos a la otra persona en el blanco de nuestras críticas, buscando y señalando sus debilidades con lupa. En lugar de enfocarnos en nuestras propias inseguridades, las proyectamos en el otro, creando una falsa sensación de superioridad.
Cuando tenemos oportunidad utilizamos en nuestros contextos cercanos coincidentes rumores y murmullos. Creamos opiniones negativas sobre la otra persona a espaldas suyas, incluso basándonos en medias verdades o información incompleta. Esta forma de chismorreo envenena el ambiente y daña las relaciones.
En ocasiones recurrimos literalmente al lenguaje creando listas de superioridad para tomar una perspectiva ascendente en la comparación. Elaboramos mentalmente o incluso en papel listas que enumeran las formas en que somos superiores a la otra persona. Esta comparación artificial nos hace sentir más seguros de nosotros mismos en un breve instante, a expensas del otro.
La falta de valoración positiva, real, y validación de nuestro ser y estar en el mundo nos construimos una fachada impecable. Mostramos solo nuestras fortalezas ante la otra persona, minimizando o incluso ocultando nuestras vulnerabilidades. Esta falsa imagen nos aleja de la autenticidad y la conexión genuina.
Cuando hemos tirado la toalla y queremos alejarnos solemos mostrar una frialdad distante. Actuamos de manera distante hacia la otra persona, enviando señales no verbales de desaprobación o desinterés para socavar sutilmente sus creencias y hacerle sentir inferior, para que al compararnos quedemos por encima.
En otro sentido, a pesar de percibir un logro, un éxito, omitimos el elogio. Retenemos comentarios positivos hacia la otra persona, negándonos a expresar gratitud por sus acciones o cualidades. Esta falta de reconocimiento puede ser profundamente hiriente y desmoralizante.
Es importante comprender que derribar a la otra persona no nos hace más fuertes. Esta actitud solo refleja nuestras propias inseguridades y alimenta el ciclo de comparación y dolor.
La mayoría de nosotros respondemos de manera habitual y automática cuando nos comparamos. El compararnos con los demás es lo más instintivo que parece. Es nuestra forma de verificar que nuestro estatus en nuestro grupo social esté bien y que no estemos a punto de ser expulsados. Es algo que ya hicimos en el pasado, lo hacemos en el presente y si no lo debilitamos lo haremos en el futuro.
Es importante recordanos todos los días que esta comparación es solo un producto de nuestra mente. No refleja la realidad de forma ni objetiva ni precisa. Nuestra valía nunca se define por comparación con los demás, es nuestra, propia, diferente. Cada persona tenemos nuestras propias cualidades únicas que nos hacen especial y maravillosa.
Para superar la trampa de una comparación social dañina, es fundamental desarrollar nuestra autoestima independiente, con la que nacemos. Esto implica reconocer de verdad, con intimidad, desde la autocompasión, nuestras fortalezas y debilidades, aceptarnos tal y como somos, y dejar de compararnos con los demás, salvo para aprender, para apoyar nuestro crecimiento en la línea de nuestros valores.
Enfocarse en nuestras propias metas y sueños, en lugar de en la vida de los demás, también es fundamental. Cultivar todos los días una actitud de agradecimiento, de actividad constructiva, positiva y rodearnos de personas que nos apoyen y validen, con las que podamos intercambiar intimidad, confianza sin jerarquías, también puede ayudarnos a enfocar nuestra comparación social y fortalecer nuestra autoestima.
Al aprender a valorarnos por quienes somos, podemos liberarnos de la comparación social en su influencia negativa y construir una autoestima fuerte y resiliente. Cuando nos enfrentamos a alguien que despierta nuestras inseguridades, nuestra autoestima frágil se activa como un resorte, llevándonos a medirnos con esa persona. Es esencial recordar que esta comparación es solo una construcción de nuestra mente y no refleja la realidad de manera precisa. Nuestra valía no está determinada por cómo nos comparamos con los demás. Cada individuo poseemos cualidades únicas que nos hacen especiales.
Frente a la comparación, una opción es sucumbir a la voz interna crítica. Aceptamos todo lo que nos dice sobre nosotros mismos y la otra persona como verdad absoluta, alineándonos con ella para evitar conflictos. Esto puede implicar menospreciarnos activamente, idealizar a otras personas, retirarnos de la situación, ceder a las demandas, guardar silencio, ignorar tus sentimientos, convencernos de que estamos equivocado o de que nuestra opinión no importa, y evitar situaciones difíciles o desafiantes. Aunque estas estrategias pueden acallar temporalmente nuestra voz interna crítica, a largo plazo tienen un alto costo: debilitan nuestra autoestima, limitan nuestras oportunidades de crecimiento personal y profesional, nos llenan de resentimiento y amargura, y afectan nuestras relaciones interpersonales.
Todos enfrentamos la comparación en muchos momentos de nuestras vidas, es lo natural, vivimos en sociedad e inundados por mensajes en las redes sociales. Lo importante es que elijamos fortalecer nuestra autoestima y no permitamos que la comparación nos defina. Para superar esta trampa, desafiaremos los pensamientos, reglas, creencia negativos aprendidos desde nuestra infancia, enfocándonos en nuestras fortalezas, aceptando nuestras debilidades, cultiva una actitud activa con acciones comprometidas con nuestros verdaderos valores (no los de los demás) y rodeándonos de personas "de carne y hueso" que nos acepten tal y como somos, nos validen responsablemente, nos apoyen y nos hagan sentir bien con nosotros mismos en un clima de intimidad y confianza recíproca.
José Javier