Contexto de crianza para aprender y desarrollar durante la infancia y adolescencia una autoestima genuina: apego seguro y compasivo
Los seres humanos tenemos una necesidad innata de formar vínculos emocionales con las figuras de apego, especialmente durante los primeros años de vida, la infancia y la adolescencia. El apego es un vínculo afectivo que se forma entre un niño desde que nace y su cuidador principal durante los primeros años de vida, formado por pensamientos, emociones, sentimientos, sensaciones... (eventos privados, en nuestra mente).
La calidad de estas relaciones tempranas dibuja un determinado estilo educativo parental, que afecta la forma en que percibimos, discriminamos, comprendemos y aceptamos las dinámicas funcionales de nuestros contextos vitales que nos rodean, enfrentando al mundo, a las vicisitudes de nuestra vida, a nuestras alegrías, nuestras tristezas, nuestros resultados positivos, nuestros resultados negativos, nuestros desafíos...
Este vínculo es seguro cuando se caracteriza por la consistencia en confianza, la seguridad, la reciprocidad, la validación, la aceptación, la valoración genuina (no dependiente, no comparativa con hermanos, familiares, otros niños...), con perspectiva de humanidad compartida (con otros niños, del barrio, del centro educativo, del país, del mundo...), con actitudes amables y compasivas hacia los demás y hacia uno mismo (autocompasión), con presencia en el presente, sin anclarse en el pasado y sin preocuparse del futuro, con perspectiva de un yo observable en cada contexto, con el apoyo en el proceso de aprendizaje y desarrollo de sus competencias lúdicamente, con paciencia y con cariño, comprendiendo y respetando su propio ritmo, sin comparaciones con otros hermanos, con otros niños, sin juicios y críticas, siendo sensibles a sus necesidades para alcanzar su autonomía.
Los niños con apego seguro se sienten seguros y amados por sus padres/cuidadores, y saben que pueden contar con ellos cuando lo necesiten, que sus necesidades serán satisfechas y que sus cuidadores estarán disponibles para guiarles en la exploración de su entorno físico, social y emocional. Ellos perciben la congruencia con el modo de ser y estar de sus cuidadores en el mundo. Un estilo de crianza cálido, solidario y centrado en el niño se ha asociado con el desarrollo de la resiliencia, por lo que puede considerarse un factor protector que puede aumentar la capacidad de uno para superar acontecimientos y crisis vitales negativas. Por ello es importe que los padres muestren una autoestima genuina y compasiva y una resilencia suficiente cuando se enfrentan ellos mismos a los desafíos que suponen cuidar a sus hijos de manera efectiva.
El niño desarrolla la capacidad de observarse a sí mismo y de identificar sus emociones y pensamientos como conductas de su mente, diferentes a las conductas que puede hacer con sus manos, con sus pies, con su boca. El niño siente que sus emociones y experiencias son comprendidas y validadas por sus cuidadores, siempre considerando su responsabilidad y la restitución cuando no han sido respetuosas con su entorno. El niño aprende a aceptar sus emociones, tanto positivas como negativas, sin juzgarlas.
El niño se siente querido y valorado por sus cuidadores, independientemente de sus logros o fracasos, valorando su rendimiento, comparándose consigo mismo. El niño desarrolla una perspectiva de humanidad compartida, comprendiendo que todos somos seres humanos con necesidades y emociones similares. El niño desarrolla la capacidad de ser amable y comprensivo consigo mismo y con los demás, sin juzgarse, sin criticarse y con capacidad para el perdón. El niño se siente seguro para explorar su entorno, afrontar desafíos, situaciones de estrés, sabiendo que puede contar con el apoyo de sus cuidadores. El niño aprende a ser autoeficaz, al confiar en sus propias habilidades, capacidades y en su esfuerzo. El niño aprende a aceptar que cada persona es diferente y que no hay una única forma correcta de ser.
Los niños con apego seguro son más resilientes ante las dificultades de la vida. Son capaces de adaptarse, afrontar y recuperarse de situaciones adversas, manteniendo un bienestar a pesar de las dificultades. Aprenden a aceptar el estrés como respuesta natural y gestionarlo de manera efectiva. Mantienen una perspectiva realista y constructiva, posibilista, cuando se enfrentan a circunstancias de vida desafiantes y desempeños evaluativos. Esto les permite desarrollar una autovaloración propia como persona y una valoración de sus fortalezas, debilidades, de su autoeficacia en su desempeño familiar, social y académico... es decir, una autoestima genuina y compasiva, saludable, no dependiente de los demás que les ayudará a aprender a regular sus emociones y establecer relaciones con los demás basadas en la igualdad, la confianza, el respeto y la intimidad.
La seguridad y el cariño que percibimos en nuestro apego con nuestros padres, allegados, familiares muy íntimos, incluso nuestros pares (amigos, compañeros...) nos proporciona progresivamente, conforme crecemos, hasta nuestra edad adulta, una base segura y sensible desde la cual podemos explorar el mundo y desarrollar una imagen más positiva de nosotros mismos, más acorde con nuestros propios valores, sin depender de valores que nos intenten imponer. Una mayor capacidad para aceptar y experimentar el estrés de los desafíos y adversidades de nuestra vida, sin convertirlo en una ansiedad o miedo incapacitante, una resiliencia eficiente, surge de un apego positivo, seguro y compasivo, de experiencias de apoyo validante y cuidado incondicional en nuestra infancia.
Esta percepción de seguridad, validación y autonomía construye una autoestima genuina y autocompasiva gracias a una autoevaluación óptima caracterizada por la aceptación, el respeto y el aprecio que ayuda al desarrollo de una identidad auténtica, un autoconcepto sobre la confianza en nosotros mismos con la capacidad de hacer frente a los desafíos, a las situaciones estresantes y críticas de nuestra vida.
Los estilos negativos de crianza parental pueden predecir negativamente la adquisición del autoconcepto. Un estilo de educación autoritario por parte de los cuidadores no conduciría a un apego ni seguro ni auto compasivo puesto que enfatiza el control y la obediencia. Los cuidadores autoritarios aplican la disciplina a través del castigo y esperan que los niños obedezcan sus órdenes sin discutir, caracterizándose por tener altas exigencias de autocontrol pero bajos niveles de sensibilidad. En general, son insensibles a las necesidades de desarrollo del niño, brindan un apoyo emocional mínimo y son vistos por los niños como disciplinarios estrictos.
Un estilo de educación protector se define porque dar más control y cuidado al niño de lo que se considera necesario. Los cuidadores que poseen esta actitud son comprensivos y al mismo tiempo guían a sus hijos de manera normativa y reglada. Estos padres creen que sus hijos necesitan protección en un entorno hostil e intervienen constantemente con el niño. Incluso una vez que estos niños han crecido, no tienen un entorno donde puedan tomar decisiones sobre sí mismos. Se ignoran las demandas de autonomía del niño y los cuidadores siguen tomando decisiones, pensando que es su derecho; creen que deben hacer todo lo posible por sus hijos y que el niño debe estar agradecido por ello. Sin embargo, este tipo de comportamiento no es un apego seguro y desarrolla una autoestima dependiente, impidiendo la individuación del niño, su autonomía. Los niños criados de esta manera no tienen un espíritu emprendedor y sentirán la necesidad de que alguien los proteja a lo largo de su vida.
La consideración académica condicional de los /cuidadorespadres se ha identificado como una estrategia parental central y frecuentemente utilizada, especialmente en el ámbito académico, que frustra las necesidades psicológicas básicas al crear una ambivalencia interna entre la autonomía y la pertenencia. Se considera altamente represora de la autonomía y, por tanto, perjudicial para el desarrollo de la autoestima del niño. Se entiende como un tipo específico de comportamiento parental controlador en el que la apreciación parental depende de que el niño cumpla las expectativas de los padres en el ámbito académico. Así, los niños pueden intentar mantener el afecto de sus padres comportándose como se desea y esforzándose por cumplir sus expectativas.
Este comportamiento de los cuidadores incluye no solo la retirada del amor en respuesta a un comportamiento infantil indeseable, sino también el aumento de la apreciación parental en respuesta a que el niño cumpla con los estándares educativos de los padres. Estas estrategias se asocian a fuertes desventajas emocionales y motivacionales en comparación con las estrategias parentales que apoyan la autonomía, siendo los efectos de la retirada del amor y el chantaje emocional generalmente más fuertes que los del aumento de la atención y el amor.
Este estilo de crianza frustra la satisfacción de las necesidades psicológicas básicas de autonomía, experiencia de competencia y pertenencia, que se supone son esenciales para el crecimiento personal, el bienestar y la integridad. Tiene un fuerte efecto supresor de la autonomía; los niños y adolescentes deben comportarse de cierta manera para recibir afecto y aprecio de sus padres (satisfacción de la necesidad de pertenencia), por lo que actúan cada vez más en base a la presión externa, la vergüenza y la culpa en lugar de su propia motivación intrínseca. Esto resulta en una regulación de la internalización de las expectativas externas y la conformidad a ellas. y, a la larga, los niños comienzan a integrar las condiciones (académicas) para la autoapreciación en su sistema de valores y perciben las presiones externas como sus propias presiones internas.
Los cuidadores cuyo estilo educativo se denomina democrático, exigen de sus hijos madurez, responsabilidad en su proceso de crecimiento personal y académico y autocontrol, y al mismo tiempo muestran altos niveles de sensibilidad, validación, aceptación, compasión, calidez emocional y participación. El cuidador comprende, contempla y acepta los valores e ideas del hijo, pero manteniendo límites. El estilo de crianza democrático se considera generalmente ideal y se ha asociado con mejores resultados conductuales para el niño.
Los hijos de cuidadores democráticos tienen un apego seguro y poseen una autoestima genuina y compasiva y como consecuencia una buena resilencia y autoconfianza y tienden a confiar en sí mismos. Son niños autocontrolados, autodisciplinados, seguros, y curiosos por aprender, valorando su esfuerzo, su progreso, su rendimiento en función de sus propios valores. Los cuidadores democráticos refuerzan los límites de diversas maneras, como a través de la validación razonada y responsable, de la comprensión a través del diálogo, los intercambios verbales, las instrucciones claras y el refuerzo positivo.
Las actitudes parentales democráticas aumentan la resiliencia psicológica porque facilitan la adaptación positiva de sus hijos, brindándoles apoyo emocional y conductual con la aceptación, la amabilidad compasiva, el control del progreso y el apoyo posibilista y real, cuando están expuestos a condiciones amenazantes y estresantes. Puesto que los cuidadores democráticos se adaptan a las necesidades de sus hijos, estos pueden dominar distintas tareas de desarrollo a una edad temprana y, sobre esta base, crear capacidades diferentes y más complejas de las requeridas para hacer frente con autoconfianza y autoeficacia a desafíos ambientales significativos cada vez más desafiantes.
Practicar la autoaceptación, el compromiso, la responsabilidad, la atención al presente, la humanidad compartida y la compasión hacia sí mismos y hacia sus hijos; fomentar la flexibilidad psicológica en sus hijos, enseñándoles a comprender, aceptar, manejar sus emociones y pensamientos de forma saludable; enseñar y practicar con el ejemplo una autoestima genuina y autocompasiva, no dependiente; ayudar a sus hijos a desarrollar una identidad auténtica y contextualizada, basada en sus propios valores y propósitos; respetar la autonomía de sus hijos y brindarles oportunidades para tomar decisiones y aprender de sus errores, son algunos principios que las investigaciones indican que pueden ayudar a sus hijos a desarrollar una vida plena y significativa.
La Teoría del Marco Relacional (RFT) nos ayuda a comprender cómo se forman los vínculos de apego a través de contingencias de reforzamiento. Las interacciones entre el niño y el cuidador, como la alimentación, el contacto físico, la atención y el afecto, son eventos que tienen consecuencias positivas para el niño desde que nace. Estas consecuencias positivas reforzarán la conducta del niño de buscar la proximidad del cuidador y fortalecerán el vínculo de un apego seguro.
La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) nos ayuda a comprender cómo el apego seguro puede ayudar al niño a desarrollar flexibilidad psicológica. Los niños con apego seguro tienen una mayor capacidad para aceptar sus emociones privadas, tanto positivas como negativas, y para actuar de acuerdo con sus valores.
La autocompasión es la capacidad de ser amable y comprensivo con uno mismo, especialmente en momentos de dificultad. Los niños con apego seguro tienen más probabilidades de desarrollar autocompasión, ya que han aprendido a ser validados y aceptados por sus cuidadores.
José Javier